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Unas líneas para el monarca (I)

4 de noviembre de 2022

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Antonio_Arcaño,_1970

 

La evocación valorativa del gran flautista habanero, Antonio Arcaño (1911-1984), revive en mi memoria, como un destello de luz.

Aun me parece verlo, con su genuina y peculiar cubanía, enfundado en elegantes chaquetas o blanquísimas guayaberas, recorriendo sosegadamente, su habanero barrio de Pueblo Nuevo (Centro Habana) en busca del pan, o cumpliendo cualquier otra función domestica.

Iniciar un diálogo con quien fuera llamado por la critica musical especializada y con mucha razón “El Monarca”, conduce a la memoria a una grata aventura, cuando no, indescriptible emoción y sentimiento, para entablar charlas muy personales, entre el notable flautista y director de orquestas de bailes, y el autor de estas líneas, inspiradas en el gran músico en horarios  matinales.

Preservo algunas tardes, en su coqueto y pequeño apartamento, localizado en la calle Pocito; o en la legendaria Iglesia de Paula, por más de cuatro décadas, sede del ya extinguido Seminario de Música Popular, fundado por el musicólogo Odilio Urfé González en 1949.

Aún me parece observarlo, discutiendo acaloradamente, en los recordados y concurridos sábados, convocados para armar agradables tertulias, organizadas por Urfé, el eminente flautista Aurelio Herrera, el investigador musical Alberto Muguercia y el ameno e incansable fabulador, Eduardo Robreño, entre otros. La mayoría. empecinados en aclarar, si el mambo era de la autoría de los hermanos López –destacados músicos de la afamada orquesta Radiofónica de Arcaño–, o del genial pianista y compositor matancero, Dámaso Pérez Prado; podrán imaginarse el conflicto operado, alrededor de una polémica, que para entonces, no parecía tener fin.

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