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Una visita esperada

26 de junio de 2021

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La llamada no lo asombró. Este amigo era un amigo de veras. Famoso, acaudalado en buena lid, en sus dientes mostradores de las últimas creaciones de implantes, permanecía la carcajada de cuando correteaban por aquel barrio céntrico, hijos de obreros de chavetas tan cortantes como sus lenguas. A la familia los entusiasmaban sus visitas no solo por la fina cesta con bombones y caramelos finos que al vaciarse, se disputaban la suegra y la nuera. Eran sus anécdotas de triunfador, esas imágenes de tierras lejanas que les mostraba desnudas de oropeles y recalcando los ciertos valores arquitectónicos, junto a los paisajes naturales y al legítimo sentir y pensar de aquellos pueblos. Y a él, patriarca de esta familia, le crecía un orgullo sano, cuando mujer, hijo, nietos y nuera no se lanzaban desesperados a los otros regalos que el amigo, rey mago de cualquier mes, depositaba en manos de la anciana, cumpliendo las leyes antiguas de la familia.
Esta vez, en la voz del amigo descubrió una connotación oculta. Para él, este actor famoso de la pantalla universal no tenía las inflexiones de la técnica profesional. Siempre era una voz de asombro, de sorpresa, de aquel niño que hacía monerías, inventaba saltos frente a todos los espejos, a todas las vidrieras de las tiendas y que ya adolescente se enfrentó a la exigencia paterna y no entró en la Escuela de oficios. Marchó a estudiar actuación junto a una famosa que lo aceptó primero en condición de criado. Y después, al descubrirle las potencialidades escénicas, lo acunó como hijo y le dio las herramientas que él supo engrandecer con su instinto natural. ¿Acaso estaría enfermo? Los inteligentes emprendimientos en que depositó sus dineros, ¿fracasarían?
El hombre llegado a su casa, era el mismo de siempre. Cercano a sus ochenta años, erecto en la estatura, los músculos entrenados todavía flexibles y en la cara, las arrugas naturales no sometidas a la cuchilla. Volvió a hacer reír a la familia con nuevas historias. Y entre broma, en un momento dado el visitante se llevó al visitado al patio y allí el rostro le cambió. Y también la voz cambió y se volvió quebradiza como aquella tarde de la muerte de la abuela, la que lloró en dimensión propia. Me ofrecen un protagónico de viejo, dijo, en un filme dedicado a los vericuetos de esa edad. Y me resisto a presentarme en este físico después de haber sido asaltador de bancos, agente de inteligencia, conquistador del cosmos, intrépido jugador en la bolsa, drogadicto rehabilitado, político deshonesto, eterno objeto de persecución y amor de bellas mujeres. Esta vez el anciano visitado no le cantó verdades porque la aceptación de la vejez es asunto propio. Solo pronunció palabras paliativas. Y el actor comprendió que lo invitaban a buscar la verdad. La verdad de la vida que es el inicio y el fin de un filme que no tiene versiones. Porque la añorada adaptación no encuentra adaptador aquí en la tierra.

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