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Una rosa búlgara

13 de agosto de 2022

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secretos_para_el_cultivo_de_rosas_993_600El año terminaba. Pasarían su despedida en la casa del hijo, junto a amigos mutuos. Ese era el plan inicial, compuesto a fines de noviembre. Destruido hacía unos minutos. No se sentía capaz de imitar alegría, tan solo tranquilidad después de las palabras de la esposa. Esa compañera de los años y cuando ya transitaban la década de los sesenta. Con tono de cosa premeditada, le dijo, mirándolo a los ojos, su plan primero del próximo año. Iniciaría los pasos del divorcio, un divorcio que suponía transcurriera sin complicaciones por parte de él. No esperó la reacción. Le dio la espalda y la vio marchar al jardín a atender sus rosas a la hora de siempre.
Analizó el año transcurrido en lo interno, en las relaciones entre los dos y la familia. Hijos con vidas propias, bien asentados en la sociedad. Y ellos, en pleno goce de salud y respetados en sus profesiones. Miró más atrás.
Ningún matrimonio camina sobre rosas sin enterrarse espinas. Ambos aprendieron a evadirlas, a saltar sobre ellas, inclusive a arrancarlas. Por sus profesiones, los dos viajaban al extranjero y ninguno mostró atisbos de celos, aunque él por ser hombre, no negaba el nacimiento de cierto mal pensamiento, ocultado siempre. Y ella, si lo sintió, bien supo ocultarlo. Y sí los hubo de parte de él. Se decía ahora dejando suelta la imaginación. Buscó gestos, miradas, palabras sueltas. Lugares visitados y narrados. Esos recuerdos aparecidos en una conversación cualquiera. Después de tantos años, se precipitaba al pozo de la duda, en una versión caribeña de Otelo.
No la sintió llegar. Cabeza alta, boca sonriente y una rosa en las manos. De esas que él trajo con tierra y todo, escondidas en su abrigo y que le regaló aquella amiga búlgara. Recordó la alegría producida y el esmero del diario cuidado que en un milagro extraño de la naturaleza, la hizo crecer y reproducirse en tierra habanera.
Se maldijo por sus pensamientos anteriores cuando ella le sacó a flote aquella aventura olvidada. Una carta de la búlgara llegó a su oficina cuando él andaba por Oriente. Se la entregaron a ella con la correspondencia de trabajo recibida. Le confesó que nunca le pasó por la mente el divorcio, pero era una mancha pendiente en la vida de los dos y procedía a borrarla. Deshojó la flor, le entregó los pétalos. Y sonrisa en labios le pidió su contribución monetaria para la fiesta de fin de año en casa del hijo.

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