ribbon

Una natilla del 2021

25 de enero de 2021

|

mi-abuela-me-paso-estos-secretos-y-no-los-cambio-por-nada-del-mundoCada media hora, Radio Reloj le recordaba la fecha. Y en sus noticias, también le insistía que era un agosto diferente. Solo en dos ocasiones, la nieta le falló y estaba justificada, los años de sus partos. Un matrimonio temprano se la robó y llevó a otra provincia, pero la joven no la olvidaba. En este año de puertas cerradas en que solo en las noches le permitían asomarse al balcón y aplaudir con fuerza, las llamadas semanales le traían la voz de una mujer madura, divorciada, y con la responsabilidad de dos varones y de contra, adolescentes.
Tan pronto anunció la provincia la apertura de las puertas, la nieta avisó la llegada. En su voz, la anciana percibió las ganas de acurrucarse junto a ella, buscando protección contra los miedos de cada día. En la niñez se teme a la oscuridad, a una rana saltarina de visita en el dormitorio, al examen final de una asignatura. En la adultez, se teme al problema que traerá ese día, todavía pendiente la solución del día anterior. Ella tenía el remedio para esa melancolía. A la hija, la que convivía con ella, la colocó en el aprieto de conseguir los materiales para el remedio santo que le prepararía a la nieta. La vio regresar sudorosa por la caminata, exhausta de fuerzas y de dinero en la cartera.
A la altura de la vejez, las piernas eran dos troncos apenas movibles. Paso a paso se acercó a la cocina y se hizo dueña de todos los ingredientes. En la tarde, llegaría la nieta y sus hijos, sus bisnietos. Bisnietos de besos anuales y voces telefónicas. Era un cariño de tercera, lo reconocía. Entre la escasa vista y el olfato, comprobó la calidad de los productos. Las piernas hinchadas molestaban. Las aliviaba con la fragancia de la vainilla, de la corteza de la naranja agria cortada en tiras, el anís hermanado con el azúcar. La hija se encargaría de la comida fuerte de la tarde. Lo de ella encajaba en la dulzura del recibimiento.
Y llegaron a la hora en un ómnibus cumplidor del horario. Primeros besos, abrazos y lágrimas contenidas entre la abuela y nieta. La invitación al paso al comedor en que una ligera merienda los reconfortaría. En la mesa sobre el mantel de las fiestas, estaba la bandeja. A la invitación, se abalanzaron los adolescentes sobre los potes modernos repletos de una natilla de receta decimonónica. Despreciado, quedó aquel platito de cerámica que la madre reconoció. Era el platito de su infancia, tesoro guardado por la abuela. Y aunque dicen los poetas y trovadores que las lágrimas son amargas, las caídas en aquella natilla, la endulzaron más.
Y endulzaron más las relaciones de las generaciones. Junto a los buñuelos, los adolescentes conocieron familiares ausentes en carne y hueso, pero perpetuos en los recuerdos. Y los supieron héroes en mantener la familia a flote y a salir en manifestaciones cuando aquel machadato solo era para ellos, unas líneas del libro de Historia. Se habló con sinceridad. Y también conocieron a los bribones y a algunos maltratadores de mujeres con el grillo de la obediencia en un tobillo mientras las otras, supieron ser las compañeras queridas y respetadas. Engrosaron los cuerpos atléticos de los muchachos y el orgullo de pertenecer a un clan.
Ya en la ciudad, el nuevo año les plantó a madre e hijos, el misterio de los días conviviendo con un virus letal. Y esta vez el rebrote, lo enfrentaron juntos aunque el coste del teléfono fijo aumentó porque todos enviaban cariños a aquella viejecita, la guardiana de la familia y la autora de las natillas planchadas. Y les pedían que les dijera alguno de los versos sencillos martianos, esos que los años, al estar prendidos en el alma, decía con la inocencia de aquellas adolescentes que antes, se bañaban en los ríos.

Galería de Imágenes

Comentarios