ribbon

Una mujer de leyenda

14 de febrero de 2014

|

Camagüey ha recibido justamente el apelativo de legendario, en tanto sus laberínticas calles y sus viejas casonas han sido escenario de sucesos que luego se convirtieron en leyendas populares. He aquí una de ellas, derivada de un célebre epitafio.
Hace alrededor de siglo y medio que apareció en el Cementerio General de Puerto Príncipe una tabla pintada, fijada a un muro próximo a la fosa común donde se enterraban los pobres esta décima:

Aquí Dolores Rondón
finalizó su carrera
ven mortal y considera
las grandezas cuales son
el orgullo y presunción
la opulencia y el poder,
todo llega a fenecer
pues sólo se inmortaliza
el mal que se economiza
y el bien que se puede hacer.

La voz popular pronto atribuyó el epitafio a Juan de Moya, un barbero con aficiones poéticas y en la imaginación colectiva se forjó un relato que hasta hoy se repite con ciertas variaciones: Dolores Rondón, posiblemente hija natural de un acaudalado comerciante peninsular y una mestiza, bella y orgullosa, rechazó el amor del barbero y prefirió casarse con un militar español, con el que se marchó de la ciudad. Al cabo de varios años, viuda y empobrecida, regresó a ella de incógnito. Allí murió durante una epidemia de viruelas y fue a parar a la fosa común. Según unos, el barbero la reconoció en el Hospital de las Mujeres, a donde iba a prestar sus servicios como sangrador, cuando ya Dolores estaba desfigurada y moribunda, según otros, simplemente se enteró, poco después del deceso, en qué sitio estaba enterrada y, de incógnito, fijó esa décima moralizante que debía servirle de epitafio a la bella y de lección a toda la ciudad.

dolores_rondon
Según la tradición, mientras el barbero vivió la inscripción era restaurada cada año en torno al Día de Fieles Difuntos, luego, esta ya había sido guardada en la memoria popular y se repetía de boca en boca. En 1935, por iniciativa del alcalde de facto Pedro García Agrenot, se construyó un túmulo  en el que está grabado el texto. De manera arbitraria, lo emplazaron,  no cerca del sitio donde debió estar originalmente, sino delante del panteón de la familia Agramonte y muy cerca de la bóveda de los Marqueses de Santa Ana y Santa María, tal vez para darle más relieve dentro del entramado de la necrópolis. Otra ironía del destino: después de morir en la indigencia y ser enterrada en fosa común, el epitafio de Dolores Rondón iba a ubicarse en la zona más aristocrática del cementerio, entre las familias que ella hubiera querido frecuentar en vida.
Aunque sus restos están, al parecer, definitivamente perdidos, como corresponde a un personaje de leyenda, es común observar ante el túmulo flores frescas o artificiales. La piedad popular se identifica y compadece todavía a esta nebulosa mujer, en la que ven encarnadas muchas de las tragedias más comunes de la vida cotidiana: la paternidad no reconocida, la belleza corporal como moneda de cambio, el enfrentamiento cotidiano entre amor y pragmatismo y lo cambiante de la fortuna humana.
El escritor camagüeyano Severo Sarduy, en su novela De dónde son los cantantes, concluida en París, en 1965 y publicada en México tres años después convirtió a Dolores en un personaje al que califica como “mulata wilfredolamesca, voz entre guitarra y tambor obbatalá”. De este modo la legendaria Rondón tendría también un sitio en la literatura cubana.

Galería de Imágenes

Comentarios