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Una mirada de la Cinemateca al cine, medio siglo atrás (II)

18 de julio de 2014

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Fotograma de “Marnie” de Alfred Hitchcock

Fotograma de “Marnie” de Alfred Hitchcock

Una programación cinematográfica de tal diversidad geográfica, genérica y estilística como la ofrecida por el ICAIC en la década de los años sesenta devino todo un privilegio para los cinéfilos y un factor determinante en la formación de un público cualitativamente superior. Constituyó este uno de los principios fundacionales de esta institución rectora de la actividad fílmica en la isla. La Cinemateca de Cuba, que ejerció un papel determinante en esta política cultural, incluso con el primer impulso a los cine móviles, ha programado el ciclo “El cine medio siglo atrás”. Su sede capitalina, el cine Charles Chaplin, ofrece un panorama no solo de lo estrenado a lo largo de 1964, sino de varios títulos descollantes en el ámbito internacional ese año que no llegaron a estrenarse en su momento. Sobresale en especial, “La esposa solitaria (Charulata)”, del muy reputado director indio Satyajit Ray, incluida luego en las selecciones de las mejores películas de todos los tiempos al lado de su trilogía de Apu.
Figuran en esta propuesta varias películas norteamericanas que por la incidencia del bloqueo en sus primeros tiempos fue imposible adquirirlas. A mediados de esa década eran evidentes los síntomas del declive en el esplendor de Hollywood, si bien algunos cineastas de primera línea brindaron títulos estimables. Pensamos en Alfred Hitchcock que filmó “Marnie” casi con el propósito exclusivo —y frustrado—, de culminar la seducción de su nueva musa rubia, la modelo Tippi Hedren. La situó al lado del actor británico de moda: Sean Connery, recién estrenado como James Bond, el infalible agente 007, y que ese año también rodaría para Guy Hamilton “Goldfinger”, otro título de la serie. Otros dos grandes maestros, John Ford y George Cukor, legaron respectivamente el Western “El otoño de los Cheyennes” (“Cheyenne Autumn”) y el musical “Mi bella dama” (“My Fair Lady”). Esta segunda fue consagrada en la ceremonia de los premios Oscar con los destinados a mejor película, director, actor principal, fotografía y dirección artística en color, sonido y banda sonora adaptada. Un descubrimiento, la actriz Julie Andrews, se apropió de la estatuilla por su insólita niñera de “Mary Poppins”, dirigida por Robert Stevenson. Poco antes, en el Festival de Berlín, ese actor todo terreno que fuera Rod Steiger recibiría el premio por su labor en “El prestamista” (“The Pawbroker”), de Sidney Lumet, inspirador de un excelente cartel cubano.
John Huston ofrecía su visión del atormentado mundo del dramaturgo Tennessee Williams en su versión de “La noche de la iguana” (“The Night of the Iguana”), que proporcionaría el galardón a la mejor interpretación femenina a Ava Gardner en el Festival de San Sebastián. Una pequeña gran película: “Lilith” sobre las tortuosa relación entre un joven terapeuta y una paciente internada en una clínica, hizo lamentar la pérdida poco después de finalizarla de un cineasta de personalidad propia: Robert Rossen. Un director de renombre, Robert Aldrich, “el encargado de superar la tradición” según la crítica francesa, aprovechó el exitoso filón que halló por la vía de “¿Qué pasó con Baby Jane?” (“Whatever Happened to Baby Jane?”, 1962). Si allí enfrentó a las veteranas Bette Davis y Joan Crawford, quiso reencontrarlas en “Canción de cuna para un cadáver” (“Hush… Hush, Sweet Charlotte”), pero una repentina enfermedad de la Crawford provocó que la sustituyera la candorosa Olivia de Havilland, poco convincente en papeles de “mala de la película”.
En tanto, Sam Peckinpah rodaba un retrato nada complaciente de la Guerra de Secesión en “Mayor Dundee” (“Major Dundee”). Luego de varios policíacos que escribe, produce y dirige, Samuel Fuller registra un viraje en su carrera al detenerse en “The Naked Kiss” en la historia original de una prostituta que al pretender redimirse por medio del cuidado de niños descapacitados, descubre que su esposo es un pervertidor de menores. “La máscara de la muerte roja” (“The Masque of the Read Death”) cierra la serie de siete adaptaciones de relatos terroríficos de Edgar Allan Poe que produce al margen de la industria el rabiosamente independiente Roger Corman en solo cinco semanas y un presupuesto que apenas rebasó el millón de dólares. Un ex niño prodigio, Kenneth Anger, cronista del lado oscuro de la meca del cine desnudada en su escandaloso libro Hollywood Babilonia, exploraba el universo gay en el corto “Scorpio Rising”.
Para continuar en sintonía con el cine de habla inglesa, en el viejo continente la cinematografía británica no solo esbozaba los contornos del futuro mito Bond. Blake Edwards se ponía por primera vez en función del dudoso comediante Peter Sellers como el torpe inspector francés Jacques Clouseau en “Un disparo en la oscuridad” (“A Shot in the Dark”). Era el primer título de la saga sobre “la pantera rosa” de la cual el animado de los créditos es mucho más trascendente. Admiramos en aquella fecha a la excelente actriz Kim Stanley como una traumatizada médium que junto a su marido secuestra a una niña en “Al filo del abismo” (“Seance On a Wet Afternoon”), de Bryan Forbes, alguien a tener en cuenta en los próximos años. Richard Attenborough, compartía el premio a la mejor interpretación masculina por esta cinta.
Esa décimo segunda edición del certamen donostiarra, de Categoría A, coronaría con la Concha de Plata a “Limonada Joe”, del checo Oldrich Lipsky que parodiaba el Western y fuera muy popular en su estreno en Cuba. De lo mejor del cine de Europa Oriental estaban presentes en las pantallas de la isla ese 1964 dos cintas reveladoras de la potencia del cine húngaro: “Veinte horas” (“Husz ora”), de Zoltán Fábri, y “Así he venido” (“Igy Jötten”), uno de nuestros primeros contactos con el muy personal Miklós Jancsó. El cine soviético mostraba su madurez por medio de obras antológicas: la adaptación de “Hamlet” por Grigori Kózintsev, y “La sombra de los predecesores olvidados” (“Tini zabutykh predkiv”) del singular cineasta georgiano Serguéi Paradzhanov.
El cine polaco, antes una rara avis en la programación fílmica criolla —si exceptuamos “La patrulla de la muerte” (“Kanal”, 1957), de Andrzej Wajda—, irrumpía con insólita madurez y diversidad genérica y estilística al mostrar títulos relevantes como “La pasajera”, concluida por los colaboradores del tempranamente fallecido Andrzej Munk (laureado en Cannes), “El primer día de libertad”, realizada por Aleksander Ford, y la deslumbrante puesta en cámara por Wojciech Hass de un clásico literario: “El manuscrito de Zaragoza”.
Incuestionablemente, esta mirada retrospectiva que permite la Cinemateca de Cuba a la riquísima cartelera cinematográfica de 1964 deviene un auténtico banquete para los sentidos evocador de olores y sabores añejos.

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