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Una luna parrandera

2 de noviembre de 2021

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1631953733_268263_1631953900_noticia_normal_recorte1La luna llena invita a las retrospectivas. Cubre todos los rincones de la terraza. Hace brillar los cubitos de hielo en el largo vaso que espera la bebida. La mente viaja en retroceso, en evocación de escenas más felices. Esta pareja se acerca a los ochenta. Contribuyen a las estadísticas indicadoras de un país envejecido. La culpa comenzó en su generación. Gracias a las mañas científicas de precaución, solo dos hijas y terminaron la procreación. Que ellas busquen al varón de la familia. Era una nueva generación. Y buscaron primero por lo menos un master antes de parir y solo les regalaron esas dos adolescentes tatuadas por lo menos con buen gusto. Y que recuerdan a sus padres solo por la llegada del dinero.
Esta noche como las otras planificadas por una pandemia, las nietas están en sus dormitorios independientes. O mirando series o pegadas al celular. Las madres las depositaron en una solemne reunión familiar con una frase de despedida en tono bíblico: “Que se cuiden los unos a los otros”. Aunque agregaron unas palabras nada celestiales pero sí, necesarias. “Nosotras nos ocuparemos de los alimentos. No les faltará nada”.
Terminadas las horas de los estudios para animarlas les dieron la noticia. Hoy cumplimos años de casados. A las nietas no les provocó emoción escuchar el número de años de comprensión mutua. Los felicitaron y marcharon a la terraza a hacer ejercicios al compás de la música. Para ellos, la terraza era la zona de toma del sol mientras cuidaban las plantas aromáticas y curativas. Esta noche, la luna llena y rojiza devolvía a la terraza significados pasados mientras los cubitos de hielo esperaban por la bebida.
Les caían encimas lunas iguales de alegría y pasión, vividas años atrás. Regresaban de los clubes de la calle veintitrés, subidos de tragos y el aire de la terraza trataba de refrescarlos, pero la luna rosa exigía otra terminación para la noche. Y obedecían la orden lunar. Madrugadas de cuerpos hundidos en el placer. Se amaban a fondo, sobre la piel y dentro de la piel. La ducha mañanera ocultaría los cansancios y con sonrisas cómplices marcharían a las obligaciones.
El tiempo de los recuerdos deshizo por completo los cubitos de hielo. En la olorosa albahaca ella vertió el agua. La anciana sabía de plantas y la albahaca verde refresca y necesita también refrescarse. Él buscó nuevos cubitos y sobre ellos vertió el ron. Solo un trago se permitirían dadas las enfermedades padecidas. Menearon el largo vaso pues sin confesarlo, temían que ya las gargantas se asustaran ante la fuerza de un añejo legítimo. Las hijas cumplieron la promesa del perfecto suministro. Para la celebración lo compraron a pesar de su precio exorbitante.

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