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Una jugada de ajedrez

28 de mayo de 2016

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ajedrezEstudiaba por enésima vez esa jugada de su ídolo Capablanca. El saludo de la brisa de la tarde lo hizo abandonar el tablero. El anciano se dirigió al balcón. Otra caída del sol en el mar y tan excitante como la primera vez de la contemplación desde el amplio dormitorio, inmenso desde la partida definitiva de la mujer. La otra habitación, la de la hija y la nieta, tenía las exactas medidas de esta. Aunque ventilada también, no gozaba de la situación esquinera. Por un lado, el mar y a lo lejos, las antiguas fortalezas. Al otro, la avenida más bullanguera de la ciudad, ahora con nuevos bríos de anciana sometida a cremas rejuvenecedoras que esperaba no la hicieran perder sus facciones y gracias originales. La voz de la nieta desde la puerta, lo regresó de la ensoñación diaria en esta hora. En los últimos días, algunas frases dichas al azar acompañadas de leves quejas de la joven recién incorporada a los estudios de Historia, provocaban suposiciones en el viejo contador de mente analítica
Abrió la puerta y una nieta sonriente y una hija de rostro preocupado, la que sí eligió la profesión de él, pasaron directamente al balcón en busca de la brisa, el paisaje o de evitar sus ojos preguntones.
Las miradas de los tres por el horizonte y la voz todavía adornada por timbres de la inocencia, al grano en una ráfaga de palabras. “Esta habitación de muebles de legítima caoba, ese rinconcito con la mesa y el librero, el aire natural, el paisaje, los teatros, los cines, las galerías, los restaurantes, los bares, la acogida de una familia culta que sabe apreciar el valor del silencio. Un aposento tentador para un estudiante, un investigador, un artista extranjero en busca de un alojamiento por meses. Un tesoro que se pagará bien”.
La nieta hablaba de la cama personal colocada para el en la habitación de las dos y el escaparate pequeño construido por un artesano con los primeros cobros, del arreglo de las puertas y ventanas, la compra del refrigerador, el televisor, esa cocina de gas con tres hornillas tupidas, sustituida.
No escuchó mas. El anciano se mordió los labios para evitar el exabrupto. La familia lo desalojaba de su dormitorio, de su privacidad, de sus recuerdos.
En voz baja la hija intervino. Le presentó el estado de cuentas familiar. Próxima estaba la bancarrota. El principal medio básico poseído, el apartamento, se deterioraba. Entonces, la única salida sería venderlo con los recuerdos como valor agregado.
La mente analítica del contador sopesó la situación, aun con el corazón palpitando en rebeldía. Aceptaría la primera opción. Se quedaría en el hogar de los recuerdos acumulados. Y tal vez, como el ajedrez es un inteligente entretenimiento universal, lo jugaría con el extranjero del alquiler.

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