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“Un pueblo quema un negro”

11 de junio de 2020

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Martí, 1983 Roberto Fabelo Martí, 1983 Creyón sobre papel 70 x 50 cm

Martí, 1983, Roberto Fabelo, Creyón sobre papel, 70 x 50 cm

Para George Floyd,
un negro más asesinado
por un policía blanco en Estados Unidos.

 

Este título es uno de los epígrafes de un texto enviado por José Martí al diario mexicano El Partido Liberal en febrero de 1892. No es un escrito extenso y lo forman tres narraciones bajo el mismo titular “El negro en los Estados Unidos.”

La última es la dedicada al hombre quemado vivo. Obsérvese que al anunciarla en el sumario que solía ofrecer, Martí señala que el horrible crimen fue cometido por un pueblo, es decir, por toda una colectividad, idea que se patentiza en el relato del hecho, y que nos indica la voluntad autoral de trasmitir cómo el racismo no era un fenómeno individual en la sociedad estadounidense sino una conducta social.

El suceso tuvo lugar en un pequeño pueblo llamado Texarkana, en el Lejano Oeste, como se decía entonces, relato cuya brutalidad Martí contrasta con los dos que brinda antes: el refinado racismo de un baile en Nueva York de parejas negras para ganarse un pastel y el embarque en esa urbe de un grupo de negros del Sur, de Luisiana, que regresan a África en busca de una verdadera libertad. Así, el Maestro demuestra que el racismo era consustancial a todas las regiones de Estados Unidos.

Desde el primer párrafo del texto, nos precisa con una pregunta lo que había anunciado antes en el sumario: “¿Dónde se juntan cinco mil almas y una mujer prende las ropas de un negro, atado, y queman vivo al negro?”  El asunto es narrado con admirable maestría literaria en un solo párrafo que cierra el escrito. Con anticipador sentido cinematográfico, Martí sigue ocho secuencias que van acumulando la tensión dramática  hasta culminar en la figura del negro ardiendo. No hay enjuiciamiento directo alguno. El autor no opina; solo relata el hecho que no vio y que recrea a partir de lo publicado en la prensa de la época.

Comienza situando el lugar, en la frontera entre Texas y Arkansas. La escena siguiente no sitúa en la descarga de numerosas carretas a la puerta de un establo, donde se reúnen los habitantes de ese  y de otros poblados cercanos.  La tercera escena  describe a ese público: hombres armados de rifles y pistolas, y mujeres de sombrero, quitasol y pañoleta: ellos, dispuestos a matar; ellas preparadas para un paseo. La secuencia que continúa finaliza los alegres preparativos del  crimen colectivo: “Se saludaban por las calles los vecinos”.

‘¡Allí viene! ¡Allí viene!’ Es la voz de la muchedumbre que se avisa de la salida del preso, con lo que comienza el espectáculo que ha movido a cinco  mil personas. Martí acelera el relato en tiempo real para darnos la marcha del negro hacia la muerte y entonces su mirada se fija en los dos protagonistas,  los únicos cuyos apellidos nos dice: Coy, el negro y la señora Jewell. Si ese era el apellido de ella, que en inglés significa joya, tal casualidad la aprovecha Martí para siempre mencionarla con el calificativo de “señora”, no sabemos si porque estaba casada o porque él quiere destacar su significación en aquella comunidad pueblerina. Y mientras lo conducen, Coy niega repetidas veces que él no ofendió a la señora Jewell. ¿De qué ofensa le acusan? Martí nunca lo dice; pero al lector queda claro que esa “señora” tiene que haber sido blanca y que la “ofensa” probablemente tenía una connotación sexual, que pudo ir desde una mirada o un piropo hasta una violación, algo al parecer improbable lo segundo dado el grado de estudiado protagonismo de ella en el masivo espectáculo  del linchamiento.

La penúltima escena, ya en campo abierto, donde la multitud  de cinco mil personas —cifra repetida dos veces por Martí— rechaza a dos que reclaman por la ley y a otro, “piadoso”, que quiere ahorcar al negro, obviamente para que muriera más rápidamente. El narrador es minucioso y  cuenta cómo atan al negro a un tronco, y le echan baldes de petróleo, y la señora Jewell, saludada con vivas, con los pañuelos ondeados por las mujeres y los sombreros por los  hombres, se acerca al hombre atado, enciende un fósforo y lo arrima dos veces a la levita de atado. Y, de inmediato, el escritor nos da en muy pocas palabras la espantosa escena final: ·”el negro, que no habló, y ardió el negro, en presencia de cinco mil almas.”

Aterrador el relato martiano, que si no necesita de adjetivos ni de frases negativas, pero cuya simple narración es una de las más contundentes críticas morales a la sociedad estadounidense que nos ha legado el Maestro.

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