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Un poco de historia (X)

2 de octubre de 2015

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Antes de adentrarme en el período denominado Romanticismo, es indispensable referirme a quien constituye un puente entre este y el Clasicismo: Ludwig van Beethoven (1770-1827), considerado por unos como el último de los clásicos y, por otros, el primero de los románticos.
Beethoven nació en Bonn, de ascendencia flamenca, y creció en un hogar liderado por el padre, quien era alcohólico; a su muerte, el jovencito tuvo que asumir el rol paterno para mantener a su familia. Sin embargo, su temperamento rebelde no aceptó que se convirtiera en un servidor sumiso de los mecenas lo que, como debe suponerse, le trajo unos cuantos problemas con quienes dominaban la vida artística de entonces.
En la primera etapa de la vida musical de Beethoven, predominó el pianista, pero cuando descubrió que se estaba quedando sordo, a los 31 años, se dedicó a componer, sin abandonar los patrones clásicos aunque con una sonoridad más avanzada donde, por ejemplo, resaltan los fortes y se amplían los registros del piano. En cuanto a su romanticismo, este difería de la obsesión de quienes eran sus verdaderos representantes: la coherencia que debía existir entre texto y música, ejemplo de lo cual puede apreciarse en su Novena Sinfonía (Coral), donde la mayor riqueza está en la música; y aunque en la “Oda a la alegría” está presente el poema de Schiller, solo se utilizan algunos versos, organizados de manera arbitraria e, incluso, el texto introductorio es del propio Beethoven.
Algo digno de resaltar en la creación bethoveniana es su concepto sinfónico, presente en casi toda su producción, donde predomina la forma sonata clásica; pero como para los románticos lo más importante era el lirismo, dejaron atrás esta forma al crear sus sinfonías, mientras que en Beethoven el lirismo ocupaba un segundo plano. En una segunda etapa de su creación, amplió el segundo movimiento de la sonata clásica e introdujo algunas innovaciones, lo que influyó mucho en los compositores posteriores. Entre las sinfonías más famosas de Beethoven está la sexta (Pastoral) que algunos consideran una obra programática por su carácter descriptivo y los títulos que dio a sus movimientos: “Alegres sentimientos que brotan al llegar a la campiña”, “Por el arroyo”, “Danza de los campesinos”, “Tormenta”, “Canción del pastor: acción de gracias después de la tormenta”. Aunque no tiene este carácter que se le adjudica, esta obra revolucionó la creación hasta entonces conocida, y puede considerarse un “poema sinfónico”.
Algo inesperado ocurrió en la creación de Beethoven de sus últimos años: comenzó a retomar las viejas formas musicales que caracterizan las composiciones de Bach y Haydn. Entre las partituras que responden a ese estilo de expresión podemos mencionar algunas de sus últimas obras para piano, algunos de sus últimos cuartetos, las bagatelas y la Gran Fuga. Finalmente, el gran músico alemán rompe, para siempre, con el clasicismo.
Y luego de cuanto he expuesto, en apretada síntesis, espero haberle convencido de que Beethoven constituye una etapa de tránsito entre los períodos clásico y romántico.
Claro que sobre el Romanticismo, hoy solo puedo comentarle que fue una consecuencia de la frustración de los postulados de la Revolución Francesa y del movimiento intelectual denominado Sturm und drang. Beethoven había sido un gran admirador de Napòleón por su procedencia humilde, y para él había compuesto la Sinfonía Heroica: Bonaparte. Pero decepcionado por su actitud, rompió la dedicatoria, y añadió a la obra una marcha fúnebre. Ese estado de decepción, de frustración, provocó en los artistas un gran deseo de escapar de la realidad, lo cual se reflejó en su creación, porque el romanticismo es también un estado de ánimo. De esto continuaré hablando en mi próximo comentario

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