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Un pianista fuera de serie

17 de septiembre de 2019

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Aunque con el talento se nace, muchas veces no nos damos cuenta hasta que ocurre un hecho trascendental que lo evidencia. Y eso fue lo que sucedió con el pianista Jorge Luis Prats, quien siendo un estudiante de nivel medio, como cualquier otro, resultó ganador en el prestigioso Concurso Margueritte Long de París, en 1977, donde no sólo obtuvo el Grand Prix, sino los premios a la mejor interpretación de la música francesa (“Gaspard de la Nuit”, de M. Ravel), de la obra obligatoria (“Danzas rituales” de A. Jolivet) y el de Juventudes Musicales, por la aceptación del público. A él dedicaré mi comentario de hoy.

Jorge Luis Prats tenía sólo 21 años cuando triunfó en París, y su formación académica era totalmente cubana, razón de más para admirarlo. Algún tiempo después tuve el privilegio de entrevistarlo para un programa de Radio Ciudad de La Habana, donde me di cuenta de que era un joven modesto y poseedor de un gran sentido del humor. En aquella entrevista me contó sobre su infancia, su adolescencia cuando tocaba el órgano en la iglesia, y sus primeros pasos como estudiante. Luego conversamos sobre sus premios y la repercusión nacional e internacional que había tenido a partir de entonces, pues hasta fue escogido para tocar en el piano de Franz Liszt en la filmación de una película sobre la vida del gran músico húngaro. Después me contó sobre los grandes maestros de quienes había sido alumno: Arturo Rubinstein, Rudolf Kerer y Paul Badura-Skoda. Cada uno de ellos le aportó una gran experiencia. Con Rubinstein se despertó su conciencia para encaminar su futuro, pues le dijo que él tocaba, pero tenía que aprender a interpretar. “Fue el primero que despertó mi conciencia para encaminarme al futuro. Por eso cuando me dijo que lo que más le gustaba de darme clases era los tabacos que le llevaba, no me ofendí, pues ¿quién era yo, frente al Rey del piano? un cubanito que ganó un premiecito”. Al referirse a Kerer destacó que fue quien comenzó a descubrirle un mundo sonoro inusitado, desde que tocó los Preludios de Scriabin, y a uno solo de ellos, de sólo 16 compases, dedicó dos horas de clase. “Aprendí entonces que es necesario “escudriñar” las obras a fondo”. Con Badura-Skoda (considerado hasta ese momento el mejor intérprete de Mozart), Prats descubrió la importancia de investigar, pues este maestro empezaba por analizar la partitura original y comparar cada nota con las de otras ediciones, para poder llegar a imaginar bajo que estímulos o estados emocionales había sido creada una obra. “Ahora no descanso hasta saciar mis interrogantes, y encuentro en él un  tesoro inagotable de experiencia. Ante todo, fue Badura-Skoda quien me enseñó lo que es un artista, cómo se proyecta, cómo estudia y cómo ensaya; porque no es lo mismo estudiar que ensayar”.

Han pasado 42 años, y hoy Jorge Luis Prats está entre los pianistas más grandes del mundo; pero siempre lleva a Cuba en su corazón, por lo que cada año nos visita y ofrece su arte si es invitado.

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