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Un informe epistolar de José Martí

28 de octubre de 2022

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Estatua de José Martí (1989), obra del escultor Manuel Carbonell en el Club San Carlos de Cayo Hueso

Estatua de José Martí (1989), obra del escultor Manuel Carbonell en el Club San Carlos de Cayo Hueso

 

Durante el mes de julio de 1892 José Martí realizó su tercera visita a las emigraciones cubanas en el estado norteamericano de Florida. Tampa, Cayo Hueso, Ocala, Jacksonville y San Agustín fueron las localidades abarcadas en este viaje de dieciséis días. Antes de su regreso a Nueva York, el Delegado informó por carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, uno de sus más cercamos colaboradores en aquella gran urbe, acerca delo ocurrido durante aquella gira.

Con su habitual excelencia literaria, Martí entrega en esa misiva, de hecho, un sintético informe de viaje que incluye una amena narración de sucesos y una evaluación de lo ocurrido, además de su propia ejecutoria por aquellos días.

Comienza el relato por el último lugar, la pequeña población llamada Ocala, en la que empezaba a fomentarse varias fábricas de tabaco y arribaban los tabaqueros cubanos. A Ocala la califica de “tierra de delicias, donde los cubanos viven dichosos.” Describe con cierto detalle esa presencia de sus compatriotas: “Habrá unos cuarenta hoy, o unos cincuenta, trabajando con manufactureros generosos que ya tienen, levantadas por el pueblo, tres fábricas hermosas, y a punto de abrirse. El pueblo construye cien casas para los cubanos, y esta noche en el banquete que nos dan el comercio y las autoridades, pido una más para casa de estudio y de lectura. Los cubanos todos uno, conmovidos y lealísimos.” Obsérvese la valoración superlativa que escribe acerca de aquello emigrados. Y termina lo relativo a Ocala, luego de dar los apellidos de algunos de esos cubanos allí radicados, que dice son “estimadísimos por el comercio, tienen, y parece que tendrán todo cuanto desean.” Concluye de este modo: “El lugar, sereno y frondoso, recuera a Cuba!

De sí afirma en forma de pregunta: “¿Le diré que me quieren, y “que las doctrinas no hallan a mi paso más que corazones encendidos?”.

El párrafo siguiente lo dedica a lo sucedido durante el último día de su estancia en Tampa, donde dice que vivió una “emoción grandiosa.” Narra que “ante el Liceo desbordado, que se echó a la calle para oírnos, pasó la procesión de españoles, cientos de españoles, que se declaraban por la independencia de Cuba. Se acercan tiempos extraordinarios. Pasaban en la sombra con sus estandartes blancos.”

Del discurso que allí pronunció refiere el Maestro lo delicado del tema que trató, con el que buscó unir y evitar lo que separaba: “Fueron muchos los peligros de la ocasión, por el exceso de obrerismo, y alusión a cosas locales, y sus puntas anárquicas. Dije la verdad, atrevida e igual para todos, y fue aclamada. ¡Magnífica noche! Miles de almas: la ocasión solemnísima, de las pocas que sacuden hasta la raíz el alma humana.”

De su presencia en Cayo Hueso cuenta: “Ya el Cayo quedaba entero, como un ejército dentro del Partido, y el comercio y sus ramas, y desde allí ganados con la verdad los obreros de La Habana, allí firmada, en el convite histórico, la alianza entre las armas y el pensamiento, la adhesión de los generales al Partido.

¡Qué mejor crónica esta que la de su propio protagonista!

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