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Un enemigo acecha

20 de septiembre de 2014

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alzheimer--300x180Apenas almorzó. Mal síntoma, pensó la esposa. La ayudó a recoger la mesa y en el rostro, la serenidad acostumbrada. Lo vio asearse, cambiar la camisa. Se preparaba para una salida. Y el sol arremetía a esa hora. Le dio el nombre de un amigo y salió. Era un hombre criado en antiguas costumbres y llegar repentinamente a casa ajena a esa hora, distaba de sus maneras civiles. Ignoraba la siesta de media hora que juntos disfrutaban en los cómodos sillones del patio techado. También ella la violó. Estaba preocupada. A su viejo le ocurría algo.
Conectó la radio en remedo de compañía. Pasaba revista a las últimas conversaciones, a los últimos gestos. Tenían preocupaciones, pequeñas preocupaciones como todos. Las grandes, azotaban a otros vecinos. A ellos, los hijos les aseguraban el vivir. La ausencia se sentía, pero los amigos, la lectura, los filmes, los paseos, intentaban rellenar el vacío. Al hacer el balance, notó que en esos días le escaseaban las palabras al hombre y hasta dilataba una prometida visita a un antiguo compañero de profesión. Quizás, la melancolía  por no asistir al crecimiento de los nietos, lo azotaba. En esos ataques ineludibles, entre los dos digerían el amargor y le cerraban el paso. Era una tristeza compartida. A él lo aquejaba una preocupación solitaria.
El hombre caminaba bajo el sol y apenas notaba el pegajoso sudor en el rostro. La respiración fatigosa lo apremió. Se sentó en un banco desvencijado en un parque aún más desvencijado. Todavía ella no lo notaba. Conseguía variar la conversación si una idea inicial se le escapaba y transformaba el final de la expresión. Si el nombre del vecino de año se escabullía en el preciso instante, lograba reemplazarlo por alguna característica de la persona  que ella podía descifrar y asimilar el cambio como una gracia. Olvidando los recados venía hacía rato y lo aceptaba en calidad de lo abrumador de los tiempos, así como el número de los teléfonos y el horario de los programas elegidos en la TV.
Lo ocurrido en la mañana, unido a la retahíla de hechos y olvidos anteriores, lo ponía en alerta. Después del desayuno, cumpliendo la costumbre, marchó a la compra del periódico. Tomó el camino habitual y en un instante indefinido, no supo dónde estaba, para qué estaba allí y lo peor, no sabía quién era. Parado en la acera permaneció ajeno al tiempo. Veía caras, escuchaba voces. No portaban significados para él. Ni sabía cuando se reintegró a la realidad.
Sentado en el banco, analizaba el fenómeno. Aquellos síntomas los había leído y temido. Se agrupaban bajo el nombre del médico principal que los definió. Si no era exactamente ese mal de la senilidad, sería otro con consecuencias parecidas. Y pensó en la mujer que lo esperaba en la casa. Y sopesó en la justa medida al desamparo en que se encontraban los dos.
Mientras, la preocupada anciana trataba de recordar el nombre del amigo al que él había ido a visitar en ese horario inadecuado.

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