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Un encuentro…

26 de julio de 2014

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saludoLa avenida, repleta de comercios y vendedores, retenía un ir y venir de transeúntes. Casi chocan dos hombres caminantes en sentido contrario, aunque las piernas no exhibían veloces movimientos. Se miraron. Uno pronunció un bajo “disculpe” y siguieron la senda. Lo intentaron, porque ambos se detuvieron a los pocos pasos. Provocados por un mismo pensamiento, giraron y se encontraron. No hubo abrazo. Sí una sonrisa y un apretón de manos. ¿Cuántos años desde la última vez de las miradas frente a frente? Lo supieron cuando preguntaron por los hijos, aquellos niños asistentes a las fiestas en la fábrica, devenidos padres de jóvenes y adolescentes. Después de preguntar por la salud de las esposas, cayeron en el presente. Uno habló de la continuación del oficio de plomero. Sonriente, aclaró: “Hoy me llaman fontanero porque cambié la tubería de cobre por la de plástico”. Y se despidió porque marchaba a ver a un cliente sin indagar por el presente del otro aunque la ropa extranjera denotaba que le iba bien.
Solo unos minutos lo retuvo en el pensamiento. En aquella reunión, lo apachurró con su fuerza de jefe ante los otros jefes altos. Y él también era partícipe del error cometido en aquella reparación, pero él era el jefe. Le vino al recuerdo un viejo refrán: “Agua pasada no mueve molinos”. Nunca se los había dicho a sus nietos. Se los enseñaría, sin decirles el porqué lo recordó. Quería que crecieran como los otros, los mayores, confiando en los demás hasta que se probara lo contrario, así decía una canción de la juventud.  Pronto se concentró en el hoy aplastante. Explicaría al cliente todos los pasos de la instalación, las piezas necesarias, el costo y el tiempo de la ejecución. De un cliente pasaba a otro, recomendado. Tenía una carta de triunfo, sabía el oficio, era cumplidor y no triplicaba los precios.
El otro también continuó su destino, esquivando los tropezones de los rápidos. Iba más lento. Los recuerdos pesaban y no podía desembarazarse de lo ocurrido en aquella reunión, olvidada ya por el fontanero. Con su palabrería de jefe logró deshacerse de la parte de culpa y toda le cayó al plomero. Como era un buen trabajador, la sanción de rebaja de puesto y salario no fue larga, pero después de cumplirla, se trasladó. Nunca más supo de él hasta esta mañana en que caminaba por la avenida para librarse de la soledad encerrada en la casa y que lo aguardaba para comérselo como el lobo del cuento, recordado ahora. El lobo se tragaba primero a la abuelita y esperaba a la nieta para engullirla también. Aquella vez en la reunión, él protagonizó el papel de lobo astuto y mentiroso.
Llegado a la casa, fue directo al añejo. Se sirvió un trago y otro trago. En lugar de olvidar la actuación de lobo, recordó las interpretaciones de serpiente agazapada, la de león hambriento.
El fontanero regresaba satisfecho al hogar. Cuadró el arreglo con el cliente. Aportaría a la familia unos pesos que vendrían muy bien en estas vacaciones.

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