ribbon

Un bombón de chocolate

3 de marzo de 2018

|

tomar-omega-3-no-reduce-el-riesgo-de-sufrir-un-infarto_full_landscapeLa amiga sabía de su enfermedad. Ella lo comunicó mediante un correo tecleado por la nieta. En la mañana recibió la llamada. Estaba de vacaciones en La Habana. Le anunció la visita. Afinando la voz de anciana consentida, le susurró que le traía un regalo que le recordaría esa lejana infancia compartida por ambas. Y a ella, criada entre cuentos de hadas y las películas de Disney, le crecía en la vejez la imaginación en relación directa con las horas obligadas de reposo.
¿Sería acaso una caja de bombones? Las dos, en aquellas tandas dominicales del cine del barrio, mientras adoraban al rubio Flash Gordon, saboreaban chocolate en goticas minúsculas cuando las pesetas no alcanzaban para comprar aquel de círculo grande, imitador de las monedas de a peso.
La amiga llegó. Se abrazaron, besaron, desempolvaron historias personales y metieron las narices, empatando noticias de aquí y de allá y algún chisme sin confirmar de los antiguos conocidos. Casi al final, la visitante presentó el regalo al que colmó de cualidades. ¡Un pomo gigantesco de cápsulas de Omega 3! La libraría del colesterol malo, la protegería de los catarros que en los viejos en pocas toses y fiebres, se transforman en neumonías.
Con ese aire de superioridad informativa que traen los venidos allende el mar, continuó enumerando cualidades en aquellas cápsulas que encerraban bacalaos que ya no descansaban en las espaldas de pescadores que casi los habían eliminados de la faz de la tierra, perdón, del agua de los océanos.
La amiga tenía razón. El aceite de hígado de bacalao en su horrible estado de emulsión le traía recuerdos de la infancia. Con el primer frente frío, aparecía aquel frasco escondido durante el verano. Y la abuela con aquella cuchara, voz suplicante, paciencia infinita, repitiéndole que aquel trago amargo era por su bien, para que creciera sana y fuerte, para que no perdiera ni un día de clases por un catarro impertinente.
El sueño de una mañana, tarde y noche de saboreos en éxtasis de chocolates, esfumado. En lugar de aquella abuela perseverante, sería hoy la nieta, quien la atormentaría, blandiendo aquel frasco, asegurando la ingestión diaria de una cápsula. Por lo menos, el sabor de la emulsión estaba encerrado y sin derecho a escapatoria en aquellas cápsulas.
Pasó una semana. Y una mañana de las de un presente que todos los días trae sorpresas, a la anciana le subió por el esófago, un viejo sabor conocido. El aceite de hígado de un bacalao rebelde le llegaba a las papilas gustativas. En su pastosa existencia le traía la imagen de una abuela, cuchara en mano, diciendo bajito a una chiquilla de labios apretados, “mi niña linda, ¡tómatela!, es por tu bien”.
La anciana del presente sonrió. Saboreaba aquel recuerdo más dulce que un bombón de chocolate, traído por el fantasma de un bacalao irreverente.

Galería de Imágenes

Comentarios