ribbon

Un amante estropeado

26 de julio de 2015

|

hombre (Small)Nadaba en la orina de una mojada nocturna; esperaba llorando salir de tal humedad y recibir en premio el pecho de la madre, cuando le comunicaron el primer aviso de su suerte biológica. Más que decírselo, se lo ordenó el padre: ¡Eres un macho, no puedes llorar!. Si bien la condición de macho le otorgaba esa desventura anímica hasta frente a las inyecciones de penicilina, pronto fue informado de otra ventaja, la estelar. Contaba solo un año de edad, cuando en los brazos de ese padre conoció que esa bolsa esponjosa colgante entre las piernas, servía para un placer mayor que el orinar en tiro directo. Se le repetía en todas las derivaciones de la lengua materna que le tocó en suerte. Día por día lo escuchaba. Era una gloria ser varón y gozar de las prerrogativas de sus atributos masculinos.
Cumplidos los tres años, en su corta colección de palabras acumulaba las siguientes: besos, novias, eran las más delicadas en preparación para la enseñanza de las otras que exigían voz y acción. Nombraban determinadas partes del cuerpo femenino que señalaba con un dedito para el orgullo paterno.
Así lo criaron, así creció. Temprano le descubrieron una variante del erotismo encerrado en el goce egoísta y el poder absoluto de un sexo sobre el otro.
La naturaleza lo premió en el físico, ayudado por ejercicios y una alimentación privilegiada. Nunca firmó papel en notaría. Las engatusadas le abrían las piernas y las puertas de las casas. Repartió su semen con la colaboración de los anticonceptivos y los legrados gratuitos y, por supuesto, jamás por los preservativos pues el cuidado les tocaba a ellas. Y en este reino de la promiscuidad, enfermó en algunas ocasiones de infecciones de transmisión sexual y, a la vez, las repartió. Las aceptaba como gajes del oficio de amante sublime y arrebatador que nunca perdió una oportunidad. Porque en su defensa puede afirmarse que jamás practicó el racismo, ni la diferencia de clases ni el lujo a ultranza. Aceptaba una rubia natural descendiente de españoles o la tataranieta de los arribados en barcos negreros, la inexperta salida de la adolescencia o la divorciada de la cuarta década. Practicaba esa democracia horizontal en sábanas de hilo bordadas, en arenas humedecidas por las olas o en la tierra endurecida por las sequías.
Entrado en los sesenta años y preparado físicamente con ejercicios, alimentación apropiada y la vida sin complicaciones financieras, asustado notó que ante la visión desnuda de su última conquista, no sentía emoción alguna. La despidió avergonzado. Y emprendió el plan remediador. Aumentó el consumo de mariscos. Probó las caras tabletas regenerativas populares en mercados especiales. Tragó pócimas venidas de China, la India y Áfricas. Hizo ejercicios bajados del Everest y entonó cánticos salidos del Amazonas. Ni la mínima mejoría.
La fuerza del uso o del mal uso, le desbarató la libido. Un psiquiatra le entregó una última opción. Tal vez, si se formateaba una orientación sexual diferente…

Galería de Imágenes

Comentarios