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Tula en la danza

7 de junio de 2013

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

El bicentenario de la eminente poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, a celebrarse el próximo año ha traído a nuestra memoria una notable obra coreográfica dedicada a su memoria, se trata del ballet Tula, con coreografía de Alicia Alonso, a partir de un libreto de José Ramón Neyra y de una partitura especialmente creada por el compositor Juan Piñera. La pieza fue estrenada el 29 de octubre de 1998 en el Gran Teatro de La Habana.
Que sepamos, el único antecedente de una pieza danzaria dedicada a esta figura de las letras cubanas fue un ballet también llamado Tula, coreografiado por Gustavo Herrera, a partir de un poema de la autora, música de Maurice Ravel y diseños de Gabriel Hierrezuelo, estrenado en el Teatro García Lorca, el 12 de junio de 1975, pero que tuvo una corta existencia en el repertorio de la compañía, quizá porque este creador se había consagrado a proyectos mucho más ambiciosos como la Cecilia Valdés que estrenó en diciembre de ese mismo año.
La obra de Alicia, es un ballet en dos actos, que ocupa toda una representación. En el primero asistimos a la recreación danzaria de tres de sus obras dramáticas: el drama Leoncia, la comedia de enredos La hija de las flores y la tragedia bíblica Baltazar. En el segundo es posible recorrer de modo muy sintético, casi cinematográfico, algunos momentos de la vida de la escritora: su presencia en la corte española, sus amores frustrados con Ignacio de Cepeda y con el poeta sevillano Gabriel García Tassara, así como su matrimonio con Domingo Verdugo, el viaje de ambos a Cuba y la coronación de la poetisa en el Teatro Tacón, como homenaje del Liceo de La Habana a sus larga trayectoria en las letras.
Es indudable que libreto, coreografía y música son capaces de crear una atmósfera sugerente. Cada uno de los tres pasajes dramáticos del primer acto está diseñado a partir de estilos distintos: mientras Leoncia es un ballet psicológico con gran carga romántica en su lenguaje, La hija de las flores está tratada a la manera de las comedias-ballet del siglo XVIII y Baltazar funciona como una especie de “pastiche”, cercano tanto a ciertas superproducciones danzarias rusas como Espartaco o como aquel cine de ambiciones titánicas que cultivó un Cecil B. de Mille.
En el segundo acto resultan atractivas las danzas de salón de la primera escena, magistralmente acompañadas por la música de Piñera, que está llena de ecos de Saumell, Cervantes, Lecuona; si los sucesivos amores de la poetisa son dados a través de tres pas de deux, en la simbólica fiesta a la que asisten Tula y Verdugo ya en Cuba, el ambiente está dado por tres géneros musicales definitorios de la época: vals, habanera, contradanza.
A nuestro juicio, el momento más débil de esta obra es la escena final, la apoteosis de la escritora, que si bien es plásticamente efectiva, no enlaza con el resto del ballet por su esquematismo y escaso desarrollo danzario.
Estamos seguros de que una revisión a fondo de esta coreografía, que hace unos años no sube a escena, favorecería su oportuna reposición durante algunas de las galas que seguramente tendrán lugar el año próximo en homenaje a una de las más ilustres hijas del Camagüey.

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