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Tres amigos

10 de noviembre de 2018

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framboyánBajo una mirada escrutadora recorrieron el parque. Desaparecieron los bancos de madera. En estreno, unos bancos de hierro y cemento, capacitados para aplastar las protuberancias femeninas y lastimar las nalgas envejecidas. Coincidieron en que por lo menos, nadie podía volatilizarlos como a las últimas maderas de los fundacionales. Del paso de las tormentas locales severas y el costado rozante de un huracán categoría 4, solo semi vivos cuatro árboles que miraban curiosos a los recién sembrados, a los que por sabiduría o envidia, auguraban un futuro incierto dado por aquello que nombraban el cambio climático. Las zonas para el paso humano respetuoso, retornaron a sendas reconocibles. La hierba invasora había tornado a su lugar, junto a canteros recién sembrados de flores.
Después de la inspección, los tres amigos ocuparon el banco torturador de asentaderas y que uno de los árboles originarios resguardaba del sol. Era un todavía hermoso framboyán, orgulloso de ser el elegido. Y conocía muy bien a sus clientes de tardes sudorosas e inviernos estreñidos. Con su sabiduría de emigrante adaptado. Los framboyanes no son nativos del país, tenía catalogados a estos ancianos. A uno lo nombraba el informático porque recitaba las páginas de corta y pega de Internet suministradas por el nieto. Al segundo, lo nominaba el matemático. A cualquier tema planteado por el informático le aplicaba un balance de pérdidas y ganancias. El dinero constituía su obsesión compulsiva. El tercero era su favorito porque tenía los pies en la tierra al igual que él. Y cariñosamente lo llamaba el reyoyo. Ante su pálido amigo el informático y el semi pálido, el matemático, presumía de su piel negra de tres manos de legítima pintura kentone y su techo capilar frondoso y libre de canas. Era un aplicador de la sabiduría callejera para aplacar las disputas y solo se exaltaba ante las injusticias.
Dispuesto al derroche de actualizaciones, el informático tomó la palabra. Habló de parques naturales en que cada visitante traía su asiento en la mochila. Asientos confeccionados con materiales producto de la química molecular, inflables con un ligero soplo, adaptables al peso y comodidad del cliente, degradables al ser desterrados por un nuevo modelo. El matemático le cortó la inspiración. Preguntó por los costos de producción, el precio de venta, los mercados, el nombre comercial y marca. Ambos se enredaron en datos y cifras y juntos llegaron a una conclusión unánime. Una petición a parientes y amigos avecindados en el extranjero. Podrían ser los primeros en estrenarlos en el parque rehabilitado.
Llegados a este punto, el grito del reyoyo hizo brincar las gafas del matemático, temer el abordaje de un drone al informático, huir los gorriones vecinos del framboyán. Puesto de pie, brazo alzado queriendo abarcar al parque y en su voz de bajo ideal para cantar “Old man river”, exclamó: “¡Dejen de comer cáscara de piña que en este país hay que aprovecharlo todo y con la cáscara se hace una garapiña de primera. Este parque se reconstruyó con lo que había que como siempre no es mucho. Lo que nos toca es cuidarlo y no permitir que lo desbaraten, que boten basura fuera de las papeleras y menos que se las roben. Porque todos sabemos en el barrio de la pata que cojea cada uno y no nos hagamos de la vista gorda. Para eso nos quitaron las cataratas y fue de gratén!”.

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