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Tormenta sonora

25 de noviembre de 2016

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En las civilizaciones primitivas, la atmósfera apacible fue rota con el repicar de tambores llamando a la acción, porque el ruido atemoriza y confunde. Tiempo después, la industrialización trajo aparejado el desarrollo… y la contaminación sonora ambiental. Por tanto, entre los múltiples elementos que pretenden destruir la vida en el planeta, el ruido ocupa un reconocido lugar.
Las fuentes que lo generan, varían. Si nos situamos en el hogar, escuchamos radios, televisores, grabadoras y los inconfundibles sonidos del trajín doméstico, que a su vez, exige hablar a gritos, aumentando esa agresión auditiva. En las oficinas se oyen, timbres de teléfonos, tecleo o repiqueteo de las impresoras. Y el personal, simultáneamente, conversa, tanto del propio trabajo, como de asuntos triviales. No quedan atrás los ruidos urbanos, el tráfico, el abuso innecesario del claxon, y los habituales de fábricas, comercios –cafeterías, bares y discotecas–, que no cumplen con las normativas obligadas. Sumemos la bulla que escapa de las obras en construcción y hasta del martillo neumático en plena calle, estruendo del que se protege al operario, pero no a los vecinos, ni a los transeúntes.
Y no termina ahí. Los músicos y cantantes practican en sus casas. Los chóferes y mecánicos arreglan fallos de los motores, y en fin, una tormenta sonora lacera nuestros oídos y… estabilidad psíquica.

Los expertos establecieron como límite aceptable del ruido: 65 decibeles. Este grado se alcanza, por ejemplo, en el ambiente cotidiano –y disciplinado– de una oficina. En cuanto a los hogares, 35 decibeles durante el día y 30 en la noche. No obstante, esto es relativo, porque una conversación puede alcanzar 45 decibeles. Debemos tener en cuenta, además, que en ocasiones, hay ruidos imprevistos: una fiesta, diurna o nocturna, alguien que martillea por una situación necesaria en el hogar.
¿Qué hacer? ¿Cómo decir al vecino gritón -o que gusta del alto volumen de su radio-, que debe moderar su voz o bajar el tono del equipo?

Los especialistas clasifican el ruido como “efecto acumulativo negativo sobre la salud que puede desencadenar: hipertensión arterial, incidencia de accidentes cardiovasculares, alteraciones digestivas, hormonales, afección en las cuerdas vocales, hipoacusia, trauma acústico y acufenos. En cuanto a los psicólogos, argumentan: estrés, pérdida de inteligibilidad, dificultades para la comunicación oral, trastornos del aprendizaje y pérdida de la concentración.

Si invocamos las directrices marcadas por la Organización Mundial de la Salud, OMS, sobre la agresión auditiva, encontramos:

“El ruido, en la sociedad de nuestros días puede llegar a representar un factor psicopatógeno y una fuente permanente de perturbación de la calidad de vida. En ellas se ponen de manifiesto neurosis, hipertensión e isquemia, así como sobre la conducta social, en particular, reducción de los comportamientos solidarios e incremento de las tendencias agresivas”.

Existen regulaciones jurídicas para los transgresores del sonido, en fin, las leyes protegen. Para aquellos que no quieren llegar a esos niveles, les queda la opción del diálogo amistoso. Quizás, el “escandaloso” no está consciente de las molestias que ocasiona y rebaje el nivel de emisiones sonoras. Si este paso “civilizado” no es bien recibido y el ruido continúa, pues la ley, está a su alcance.

Y conste, no podemos soslayar el análisis elemental: en una familia ruidosa, hay falta de cultura y educación, Pero, cultos e incultos saben, que cuando las leyes están en su contra… –a las buenas o a las malas–, tienen que aceptar.

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