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Teresita Fernández

31 de octubre de 2017

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Legendaria compositora e intérprete – insigne trovadora – Teresita Fernández acumuló una prolífica obra autoral en el terreno de la canción. Sus piezas antológicas para niños y adultos, junto a la musicalización de los versos de José Martí, la sitúan en los más altos peldaños de la historia de la música cubana.

Personalidad dotada de una exquisita sensibilidad, disimulada por un temperamento enérgico; orgullosamente cubana; sincera e inclaudicable en la defensa de sus criterios, Teresita conquistó la admiración de quienes la conocieron y disfrutaron de sus canciones.

Fue un privilegio sostener un encuentro con ella ante los micrófonos de la radio para conversar – como es mi propósito perenne – de lo humano y lo divino. Me contó, por ejemplo, aspectos relevantes de su vida y trayectoria de eterna creadora.

 

“Nací el 20 de diciembre de 1930 en el seno de una familia muy prestigiosa de Santa Clara. La academia de música de mi madre, nombrada Santa Cecilia, está incluida en la historia de la música en Cuba. Ella era una formidable pianista y profesora de música de la Escuela Normal de Maestros. La labor pedagógica la asumió, quizás, por necesidad, porque ella hubiera querido ser concertista. Uno de sus sueños frustrados era hacer con sus hijos una especie de compañía para presentarse por el mundo. No obstante, las circunstancias, el matrimonio y el cuidado de los niños no se lo permitieron. Mi hermano mayor fue fundador del Teatro Lírico de la provincia de Holguín. El segundo en edad cantaba en los coros de las iglesias, y el más pequeño se decidió por la pintura. Todos crecimos en aquella academia, donde se reunían en las noches los músicos de la banda municipal y muchos integrantes de los coros. Era, por otra parte, la época dorada del tango; y mi infancia transcurrió escuchando a los grandes intérpretes de la música porteña. Mi madre era valenciana y la criaron en México, y mi padre era asturiano; es decir, que la panorámica musical que escuchaba en mi hogar era extremadamente variada. Lo que te quiero decir es que, como músico, la más mala de mi casa fui yo”.

 

 

Privilegiada con el don de la oratoria y de un fino humor, Teresita argumentó al respecto:

 

 

“Imagínate, mi madre quería que yo fuera profesora de música, como ella. Y yo sólo terminé el piano de “mentirita”, porque terminé el quinto año y, después preparé el sexto y el séptimo con una amiga mía, me examiné y me dieron el título. Entonces le dije a mi mamá: «Bueno, mira, aquí tienes el título de maestra, de pedagoga, de música… Ya soy lo que tú querías; ahora déjame ser lo que yo quiero ser». Y yo tenía tanto amor por la poesía y por las letras que tenía un conflicto entre estas y la música. No definía cuál de estas manifestaciones me gustaba más; y la única forma de arreglar ese entuerto era ser trovadora. Y así fue como me uní a un trovador popular amigo de mi familia en la ciudad de Santa Clara, Benito Vargas, que era tabaquero por el día y trovador nocturno dando serenatas. Le pedí que fuera mi maestro, y me enseñó los acordes que todavía utilizo y que no me preocupé jamás en saber cómo se llaman. Únicamente quería poder acompañarme con la guitarra para expresar los sentimientos que deseaba convertir en canciones”.

 

 

Me contaba Teresita en aquel encuentro ante los micrófonos que ahora comparto en la web, que su vocación por el magisterio también era muy fuerte – pensaba en nuestro Mendive, en Tagore, en Gabriela Mistral; y siguió pensando hasta el último aliento que la docencia es la más importante de las profesiones. Por tanto, decidió simultanear las labores de maestra y trovadora.

 

 

“Soy simplemente una maestra que canta. Si pudiera definirme, diría que soy juglar, como aquellas personas nómadas, pobres y libres que andaban por el mundo cantando lo que querían cantar”.

 

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Teresita Fernández también me relató cómo fue su llegada a La Habana y su vínculo, sin tener apenas nociones de política, a las actividades revolucionarias contra la dictadura batistiana.

 

 

“A una amiga que vivía en Guantánamo y militaba, como yo, en la Juventud Católica, le mataron a un hermano durante las llamadas «pascuas sangrientas» desatadas por la tiranía. Me enteré y le escribí manifestándole que si me necesitaba podía contar conmigo. Ella, que estaba involucrada con sus hermanos en la lucha del movimiento 26 de julio, me respondió afirmativamente y viajó a Santa Clara para escapar a la persecución de las fuerzas represivas. Cuando mi mamá se enteró quedó aterrada, pensando que a mí también podrían asesinarme. De todas formas, como nosotros siempre fuimos de firme raíz católica, le recordé que Cristo había sentenciado: «Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia». Y le comenté que la justicia, en este caso, estaba de parte de quienes combatían al tirano. Vine entonces con ellos para La Habana y residimos clandestinamente en varias direcciones de la ciudad. Un día me fui para la sede de la emisora CMQ a buscar a las integrantes del dúo de las Hermanas Martí, y ellas nos ayudaron a sacar hacia Venezuela a uno de los hermanos de mi amiga. Así fue como me involucré con los revolucionarios. Mi amistad con las hermanas Martí continuó, y fueron ellas quienes, más tarde, me llevaron a conocer a Bola de Nieve para que me escuchara cantar”.

 

 

Y de su encuentro con el gran músico, compositor y cantante Ignacio Villa, Bola de Nieve, Teresita Fernández me refirió interesantes anécdotas que les invito a conocer en una próxima incursión “del éter a la web”. Hasta entonces.

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