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Steinitz vs. Chigorin, duelo entre reyes en La Habana

17 de mayo de 2013

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Wilhem Steinitz y Mijaíl Chigorin están frente a frente. ¿Qué pasará por sus mentes? Hace mucho calor esa tarde de marzo de 1889 en La Habana y ambos maestros utilizan cada vez más sus pañuelos, para secarse el sudor que amenaza con extenderse por sus ya húmedos rostros. Chigorin no desvía la mirada de la posición; mientras su contrario a veces levanta la vista y la pasea entre los espectadores.

Pasan dos, tres, cuatro horas. La tarde va cayendo sobre la capital cubana y la lucha ajedrecística parece estar llegando a su fin. Las piezas blancas han tomado las principales posiciones y la amenaza contra el rey negro es inminente. La simpatía del público, reunido en el Club de ajedrez de La Habana, está con el jugador más alto, el carismático ruso; pero la suerte no le sonríe. Sabe que no puede pactar tablas, pues está contra la pared. Necesita un triunfo a toda costa para mantenerse con posibilidades de alcanzar la corona. Trata de forzar la posición; pero es imposible porque el blanco defiende con exactitud su terreno. Tablas.

En el momento en que los rivales se estrecharon las manos, la sala estalló en aplausos. Con ese resultado concluyó el match por la corona mundial de ajedrez y, una vez más, prevaleció el campeón, el austriaco Steinitz. Para Chigorin quedó la tristeza por el fracaso.

En la casona de Mercaderes número 11, entre Obispo y Obrapía, sede del Club, comenzaron de inmediato los festejos en honor a Steinitz quien ganó uno de los encuentros más encarnizados de toda la historia del ajedrez. En total se celebraron 17 partidas y ¡16! tuvieron decisión. Solo el último encuentro concluyó en tablas. Steinitz alcanzó las 10,5 unidades necesarias para merecer el triunfo.

Antecedentes del match

Muchos jugadores no reconocían a Steinitz como monarca universal. Uno de ellos era Zukertort quien, tras vencer en el torneo de Londres, en 1883, se autoproclamó monarca universal, pues en el evento estuvieron los mejores jugadores de la época, incluido Steinitz.

El austriaco no podía consentir esto y logró organizar un match  para definir a quién correspondía el cetro. El tan esperado duelo tuvo lugar en 1886 y Steinitz venció con claridad, a pesar de perder 4 de las 5 primeras partidas.

En aquellos tiempos no existía la Federación Internacional (FIDE) ni un mecanismo establecido para elegir al retador de la corona, así que fue el propio Steinitz el que seleccionó a Chigorin como su siguiente adversario.

Los especialistas coinciden en señalar que este formidable jugador ruso, nacido en 1850, fue el padre espiritual de la que luego sería la Escuela soviética de ajedrez.

Chigorin debutó en 1881 en la arena internacional y consiguió el tercer puesto en Berlín (empatado con Winawer y por detrás de Zukertort y Blackburne). Tras un resultado mediocre en Viena, 1882, alcanzó el cuarto lugar en el torneo de Londres de 1883.

El match entre los dos genios, en La Habana, comenzó muy parejo. Chigorin ganó la primera y la tercera partida. En la segunda tuvo muchas oportunidades; pero un costoso error le permitió a Steinitz igualar el marcador y, más tarde, adelantarse 3 a 2. En los dos siguientes enfrentamientos Chigorin prevaleció y, una vez más, tomó ventaja. No por mucho tiempo. El campeón reaccionó de forma vigorosa y con tres éxitos consecutivos alcanzó una diferencia que no pudo ser borrada por el ruso. El empate en la partida 17 le dio a Steinitz el medio punto que necesitaba para asegurar el triunfo definitivo, 10,5 puntos por 6,5.

La parte monetaria del match resultó también favorable al campeón. Steinitz recibió de forma gratuita los pasajes de ida y vuelta Nueva York – La Habana; además de 250 pesos para gastos especiales; 20 pesos por cada victoria y 10 pesos por una tabla o derrota. Además, obtuvo el 10 % del total de las apuestas.

Aunque perdió el match, Chigorin conquistó el favor del público habanero. La personalidad de los dos jugadores influyó mucho en esto. El austriaco era hosco y de poco hablar, lo que contrastaba con la jovialidad del ruso. Sobre él escribió un cronista de la época: “ante nosotros apareció una persona de rostro franco y agradable, de cultas maneras y de vivaz carácter.”

En un artículo publicado algún tiempo después de que concluyera el match, Chigorin recordó con estas palabras su primera visita a Cuba: “siempre había mucho público y nuestro encuentro era el tema de la actualidad en La Habana.  No podía aparecer en ninguna parte, ni en los paseos o en las tiendas para no ser rodeado por personas del todo desconocidas para mí que me hacían cualquier cantidad de preguntas.  Me rodeaban de atención como podían y, al parecer, todas las simpatías estaban de mi lado.”

Tres años más tarde, en 1892, La Habana acogió al encuentro revancha entre Steinitz y Chigorin. El triunfo sonrió una vez más al austriaco, con un marcador más cerrado, 10,5 puntos contra 8,5.

Con esa derrota terminaron las esperanzas de Chigorin de ser reconocido como campeón mundial. No obstante, todavía hoy su forma de juego es estudiada por principiantes y grandes ajedrecistas. El ruso hizo interesantes aportaciones a la teoría de las aperturas, sobre todo a la Española y al Gambito de Evans, del que fue el mayor especialista de la historia. Además, tuvo una destacada labor en la organización de torneos en Rusia. Meses antes de morir, en 1913, Chigorin quemó su tablero con las piezas. Nunca más los volvió a tocar.

Steinitz mantuvo su corona hasta 1894 cuando cayó ante otro genio: el alemán Emmanuel Lasker. Su estilo marcó un antes y un después en la historia del ajedrez. En esa época el llamado juego ciencia se resumía en ir tras el rey contrario; aunque para ello hubiese que sacrificar todas las piezas. Steinitz notó que construyendo una sólida posición y con pequeñas ventajas se podía conseguir el mismo fin: ganar la partida.

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