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Sorpresas en las Copas Mundiales de fútbol

18 de abril de 2014

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2-ronaldo_franciaLos resultados sorpresivos están presentes en todas las modalidades deportivas; aunque, hay algunos que se recuerdan más que otros. En la historia de las Copas Mundiales de fútbol existen varios partidos decisivos en los que los favoritos no pudieron cumplir con su condición y terminaron decepcionando a sus fanáticos.

Quizás una de las primeras sorpresas en las Copas se la haya llevado el técnico italiano Vittorio Pozzo, en la cita de 1934. El “Duce” Benito Mussolini consideró al Mundial como tribuna para mostrar la supuesta grandeza de su régimen fascista, al igual que hizo dos años después Adolf Hitler con la Olimpiada de Berlín. El dictador no solo se encargó de mover todos sus contactos para que Italia recibiera la sede, sino que fue más allá y también intentó “garantizar” que los árbitros y jugadores sintieran una presión extra.

No obstante, ni siquiera las presiones a los jueces y los más de 50 mil frenéticos fanáticos que se dieron cita en el estadio del Partido Nacional Fascista de Roma, para apoyar a su selección en la discusión del título ante Checoslovaquia, parecían suficientes para frenar el ímpetu del equipo checo que inauguró el marcador en el minuto 75.

Faltaban apenas 15. Cuentan las crónicas de la época que el nerviosismo era evidente en los palcos de honor donde se sentaron los dirigentes fascistas. “Su” Mundial estaba en peligro; pero apareció Orsi, al minuto 81, y su gol provocó el delirio en las gradas. El empate se mantuvo hasta el final del tiempo reglamentario y, en la prórroga, Schiavio mandó la pelota a las redes y dio el triunfo a Italia.

La segunda sorpresa en los Mundiales fue mayor. En 1950 finalmente Brasil acogió al torneo y preparó a un fortísimo equipo que fue considerado el gran favorito. Los brasileños aplastaron en sus dos primeros encuentros a Suecia, por 7 goles a 1 y luego a España por 6 a 1. Estas convincentes victorias les posibilitaron afrontar cómodamente el partido final ante Uruguay. Un simple empate era suficiente para que los locales levantaran la Copa Jules Rimet.

El 16 de julio de 1950 sería un día de fiesta, pensaban las más de 200 mil personas que asistieron al estadio Maracaná, de Río de Janeiro. Todos estaban listos para corear los goles de los jugadores brasileños quienes vestían completamente de blanco; no obstante, la primera parte concluyó sin modificaciones en la pizarra; aunque esto le venía bien a los locales.

Las cosas mejoraron en los momentos iniciales del segundo tiempo, pues Friaca llevó el balón al fondo de la red uruguaya. La fiesta comenzó en el Maracaná; sin embargo, este exceso de confianza fue fatal ante un equipo titular mundial en 1930 y bicampeón olímpico.  Los charrúas no se rindieron y, en el minuto 66, Juan Alberto Schiaffino empató el partido.

El gol silenció a los fanáticos quienes solo pedían que el tiempo pasara más rápido y que no cayera otra anotación. Entonces, a los 79, se completó la sorpresa: Edgardo Ghiggia aprovechó un nuevo desliz de la defensa brasileña y marcó el gol decisivo.

Los locales presionaron hasta el final; pero no pudieron hacer más. Muchos de los 200 mil asistentes se marcharon entre lágrimas y pocos presenciaron la entrega de la Copa Jules Rimet. Incluso se reportaron varios suicidios. Al día siguiente, los medios de comunicación denominaron a ese juego como el “Maracanazo”, frase que ha quedado como expresión de derrota.

Si en 1950 Uruguay sorprendió a Brasil, cuatro años después se vivió otra imprevista final. En 1954 el Mundial retornó a Europa, un continente golpeado por la Segunda Guerra Mundial, por lo que solo Suiza, un país que mantuvo su neutralidad durante el conflicto bélico, estuvo en condiciones de acoger la cita.

La Alemania federal no fue autorizada a jugar en 1950; pero el veto se levantó en Suiza y allí los germanos fueron ubicados en el grupo de la gran favorita, Hungría, liderada por las estrellas Puskas y Kocsis.

En el duelo entre ambos en la etapa clasificatoria, los húngaros arrollaron a los alemanes por 8 a 3, con 4 goles marcados por Kocsis. Luego del vergonzoso revés, los germanos mejoraron notablemente su nivel y llegaron a la final frente a Hungría.

Dos goles magiares en los primeros diez minutos parecían decisivos; sin embargo, el espíritu de lucha alemán volvió a quedar demostrado, porque Morlock y Rahn empataron el desafío rápidamente. Ahí reapareció el nerviosismo de ambos lados, hasta que en el minuto 84 otra vez Rahn marcó un gol. Los húngaros no lo podían creer. El espectacular triunfo por 3 a 2 de Alemania es recordado como “El Milagro de Berna” y significó mucho para una nación que intentaba recuperarse de las huellas del nazismo.

Una de las sorpresas más recientes en la final de un Mundial ocurrió en 1998 y tuvo como protagonistas a Francia y Brasil. Los sudamericanos buscaban levantar, en ese momento, su quinta Copa; mientras los galos deseaban adicionar la primera estrella de campeón a su vistoso uniforme.

La historia es conocida: los franceses apabullaron a sus rivales por un impresionante 3 a 0. ¿Qué pasó en París ese día de 1998? Abundaron las especulaciones sobre el estado de salud de la principal estrella brasileña, Ronaldo; pero lo cierto fue que las dos anotaciones de cabeza de Zinedine Zidane y otra de Enmanuel Petit propiciaron la mayor goleada en un partido por el título de la Copa del mundo, pues aunque Brasil marcó cinco anotaciones, en 1958, al menos los suecos, sus oponentes en aquella discusión, lograron dos.

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