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Solo y sin escalas sobre el atlántico (II)

28 de julio de 2025

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“Vibrante de entusiasmo, poseída de la más intensa emoción, prepárese La Habana para recibir al más grande aviador de los tiempos modernos: el coronel Charles Lindbergh”, auguraba el Heraldo de Cuba.

Procedente de Port au Prince, Haití, cruzaría la Isla a todo lo largo, piloteando el “Espíritu de San Luis”, en un viaje que sellaría el retiro del célebre monoplano con el que cruzó solo y sin escalas el Atlántico y que, por decisión suya, no volaría más y pasaría a exhibirse en el Museo de Aire y el Espacio de Washington.

A las 3: 37 de la tarde de aquel 8 de febrero de 1928 -declarado El Día de Lindbergh-, desciende el Águila Solitaria en el campo de aterrizaje de Columbia, donde numerosas personalidades están presentes, entre ellas, las delegaciones a la Conferencia Panamericana.

El aparato detiene sus motores en la pista, pero ¿qué sucede? El piloto no da señales de vida, lo que despierta angustia en la multitud. Motiva la demora, sin embargo, la costumbre del aviador de cambiarse la ropa en el interior de la cabina. Pero como esa práctica suya no es muy conocida en la isla, los fotógrafos cubanos y extranjeros se lanzan sobre la aeronave con sus cámaras.

El Ejército impide el paso a los cubanos, mas no así a la prensa extranjera.

Enrique “Kiko” Figarola, fotógrafo del diario oficial “El Heraldo de Cuba” –lo cuenta en Cubaperiodistas Jorge Oller Oller– protesta por aquel proceder y, al ver a Alberto Martínez Rivero, escolta del presidente Machado, le pide que intervenga y finalice el abuso. Pero en mala hora se le ocurre hacerlo: Martínez Rivero detestaba a los fotógrafos. Siempre decía a sus subalternos que más daño hace una fotografía que una ametralladora.

Con el tiempo le llamarían «el terror de los fotógrafos», porque le rompía la cámara a cualquiera de ellos si le veía tomar alguna imagen que él considerara inconveniente para el régimen dictatorial.

Sin embargo Kiko Figuerola piensa que el guardaespaldas tomaría en cuenta que él era ni más ni menos que el jefe de fotografía de “El Heraldo de Cuba”, el principal diario que apoyaba los intereses del régimen. Pero no fue así y manda a unos soldados a sacarlo.

Y lo arrastran por la polvorienta pista, ante el asombro de los invitados oficiales.

Machado distingue a Lindbergh con una alta condecoración.

Machado distingue a Lindbergh con una alta condecoración.

Al Caballero del Aire se le traslada al Palacio Presidencial y allí el dictador Machado aprovecha para tomarse una foto en medio del famoso aviador y del embajador norteamericano.

Lindbergh declara: “Volé sobre La Habana a unos 300 metros, y le aseguro que desde el aire es maravilloso el espectáculo de la ciudad. La arquitectura difiere mucho de las demás ciudades que he visitado, y las fortalezas coloniales se destacan con suma preeminencia en medio del paisaje”.

Sus días en Cuba pasan muy rápidos: recepciones en la embajada de su país, entrega de las Llaves de la Ciudad en el Parque Central, imposición de la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes y numerosos festejos en su honor, donde el homenajeado –según dicen- solo moja los labios con el contenido de su copa.

Y cada noche, pese a que las fiestas duran hasta el amanecer, se retira a descansar temprano.

Son momentos felices para El Águila Solitaria, todavía no se había abatido sobre él la tragedia del secuestro de su pequeño hijo. El 13 de febrero de 1928, Lindbergh parte de regreso a su país. En el fuselaje de su avión lleva pintada la bandera cubana junto a otras que recordaban los países que había visitado.

Falleció el 26 de agosto de 1974.

¿Y cómo terminó el asunto del maltrato a los fotógrafos del patio?

Ni la visita ni la despedida de Lindbergh acallaron la protesta de la prensa cubana. Para aplacar los ánimos, el Negociado de Prensa del Ejército organizó en el Castillo de La Punta, sede del Estado Mayor, un champán de desagravio a los fotógrafos y especialmente a Kiko. Esperaron largo rato al fotógrafo del Heraldo que se había enfrentado contra la conducta de los soldados. Esperaron inútilmente.

Kiko Figarola nunca llegó.

No quiso rebajarse a compartir con aquellos que habían atropellado, discriminado y despreciado a los fotógrafos de la prensa cubana.

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