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Solamente una ventana

4 de noviembre de 2017

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311x233xjenniferflowerbox1.jpg.pagespeed.ic.MH5-A8H6mMAquella retahíla de edificios en los días de la erección, apenas se diferenciaban por ciertos tonos más fuertes o más débiles de dos o tres colores reproducidos en una solitaria fábrica. Y con buena suerte y la pericia de algún pintor profesional que bien enseñaba a sus compañeros de labor, algunas paredes libres de improvisaciones, marcaron más diferencias y eran las construcciones únicas que llamaban la atención en reportajes de la TV. Porque en su gran mayoría todos eran aficionados. Obligados con gusto a la tarea porque así tendrían una vivienda digna para la familia. Esos constructores agregaron a su oficio o profesión, conocimientos de albañilería, electricidad y plomería. Y sobre todo, porque el sudor del trabajo fuerte repartido, afianza amistades que en los primeros tiempos, dada la igualdad de los apartamentos y los medios de la subsistencia, los nivelaba en un idéntico rango social. Eran vecinos de edificios de microbrigadas. Sus hijos asistían a las mismas escuelas y sus mujeres compraban en los mismos mercados.
Nacidos los edificios en tiempos de la Nueva Trova y los Van Van, sus habitantes fundadores replicaban letras de canciones para resaltar los cambios iniciales. “el tiempo, el implacable” fustigó sus techos y tuberías y se fueron “poniendo viejos” y contribuyeron a que “La Habana no aguantara más” porque se multiplicaron sus habitantes. Por “solamente una ventana”, no la del trovador filósofo, indagador entre la reproducción de la vida en la muerte, aquellos constructores notaron y vivieron las primeras diferencias. Los asidos con goma de zapateros al pasado, culpaban de todas las culpas a los comejenes. Pacientes, incansables, escondidos de los ojos humanos, destrozaban las ventanas. Era cierto. El hambre de estos insectos causaban los destrozos, pero su solapada acción propulsaba otras acciones humanas también solapadas en ocasiones. Entonces, las diferencias ya establecidas en los apartamentos y escondidas tras las paredes, se expusieron en las fachadas. Quienes de aquella medianía estable en el rasero de los antiguos sueldos, exprimían los bolsillos en la conjugación a lo cubano del verbo sobrevivir. Inventaban en el aire para tapar el aire entrado por aquellos huecos. Ventanas desprovistas de poesía, acolchadas con tablas y cartones y la imaginaría popular siempre fruto de las necesidades. A su lado, las otras. Nativas también pero costosas, hechas de hierro y cristal por artesanos del patio. Y después, aparecieron las de exóticos materiales fuera de frontera, llamativas en su diseño espectacular y todavía pendientes de prueba en la resistencia ante un huracán categoría cinco.
Entre aquellos constructores envejecidos a la par de sus edificios y resguardados de los vientos plataneros por los distintos tipos de ventana, surgen comentarios dichos por unos y no escuchados por otros. Quienes han obtenidos las diferencias gracias al esfuerzo del conocimiento o la pericia de las manos, no reciben arañazos vocales. Quienes por la conexión familiar externa, gozan de remesas salvadoras, quizás los toque una dosis de la envidia humana. Aquellos de ventanas adquiridas con dineros desconocidos o sabidos, engendrados por robos en cadena soportados por la corrupción, son maldecidos en silencio, única arma posible para estos ancianos desgastados por el tiempo y la obra de los comejenes humanos.

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