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Simón Sarasola, s. j., tras los sismos y huracanes del Caribe -Primera parte-

8 de marzo de 2013

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Simón Sarasola

Como se ha señalado en artículos anteriores, el 24 de diciembre de 1943 murió en La Habana el padre Mariano Gutiérrez-Lanza, s. j., uno de los más competentes directores del Observatorio de Belén. Ese día, al tiempo de cerrarse la losa sobre su tumba, se ponía punto final al interregno de mayor brillo científico en la historia del célebre centro meteorológico habanero. Pudiera decirse también que el hecho abrió el capítulo final en la historia del Observatorio.
La vida ulterior de la institución estuvo conformada por sus dos últimos directores, los padres Simón Sarasola y José Rafael Goberna, pero sobre el primero de ellos recayó la responsabilidad de suplir la falta definitiva de Gutiérrez, y con el cargo la tarea de mantener el nivel científico de una institución que ostentaba desde hacía seis décadas un amplio reconocimiento en Cuba y en todo el mundo.
Sin duda alguna, los superiores designan a Sarasola por contar con la capacidad científica y la experiencia organizativa necesarias, dado que en esa fecha ya se había destacado sobradamente como meteorólogo sinóptico e investigador, e incluso en los trabajos sismológicos. En ello se parecía mucho a Gutiérrez. Téngase en cuenta que Belén no era un centro cualquiera; se hallaba entre los cinco observatorios más importantes de los que sostenía la Compañía de Jesús.
Pero descubramos algunos rasgos de su vida: Simón Sarasola nació 1871, en la comarca de Beliarrain, Guipúzcoa. Con sólo 16 años ingresó en la Compañía de Jesús, y en 1897 —tras concluir sus estudios de Filosofía en el Colegio de Oña, en España— viene a La Habana como profesor de Ciencias. De manera paralela actúa como adjunto del padre Lorenzo Gangoiti, s. j., a la sazón director del centro meteorológico de Belén, y es designado subdirector en el trienio 1898-1901. Fue el primero en ocupar el cargo.
Tres años después Sarasola es enviado al Woodstock College, en Maryland, Estados Unidos, para completar sus estudios de teología. Ya había realizado su tercera probación y fue ordenado sacerdote por S. E. R. Cardenal Gibbons, con quien mantuvo en lo adelante una sólida relación de amistad. Durante su estancia en ese país intervino en los trabajos científicos que desarrollaba el Observatorio de Georgetown —lo cual valió a su propio entrenamiento—, y se dice que además participó en algunas investigaciones que por entonces se realizaban en el Weather Bureau (Servicio Meteorológico) estadounidense.
Al final de aquella etapa, en 1905, el padre Sarasola regresa a Belén y cuatro años más tarde se le envía a Cienfuegos con el encargo de asumir la ampliación y puesta a punto del nuevo Observatorio del Colegio de Nuestra Señora de Montserrat, situado en esa ciudad. Se entendía, muy acertadamente, que ese punto geográfico era vital para la vigilancia meteorológica de los ciclones tropicales del Mar Caribe, por lo que se hacía necesario tener allí a un experto bien calificado. Tuvo una destacada contribución en favor de los trabajos científicos y la nueva instrumentación con la que se amplió la pequeña estación preexistente.

Desde 1908, el nuevo Observatorio del Colegio de Montserrat, en Cienfuegos, dedicose, en cuanto le permitían sus medios, a la previsión y estudio de los huracanes. Evitó, con oportunos pronósticos, serios peligros a la navegación por el mar del Sur, y llevó la tranquilidad a los habitantes de la ciudad en diversas ocasiones. Sus observaciones pueden verse en los Anales del Observatorio por espacio de doce o más años.

Sarasola permanece en Cienfuegos hasta 1920.
Ese mismo año tiene lugar un acontecimiento de especial significado para él, porque el presidente colombiano, Marco Fidel Suárez, solicita a la Compañía de Jesús que comisione a alguno de sus experimentados padres para liderar el proceso fundacional de un centro científico primordial: el Servicio Meteorológico de Colombia. Tras evaluar un grupo de propuestas, la candidatura para la misión se concreta en Simón Sarasola.
Concedidas las licencias pertinentes se traslada a Bogotá, y despliega ingentes esfuerzos para organizar los trabajos del nuevo Observatorio del Colegio de San Bartolomé, cuya instauración tiene lugar efectivamente en 1922. Nuevos instrumentos meteorológicos se adquieren y colocan en un pabellón construido a propósito en la azotea del edificio, y entre ellos merece destacarse el anemocinemógrafo —un equipo para medir la velocidad del viento, basado en el principio físico del tubo de Pitot— así como un telescopio de 2 metros de distancia focal destinado a la Sección Astronómica.
A Sarasola corresponde además el mérito especial de haber emplazado los primeros sismógrafos que llegaron a Colombia, país andino con fuerte presencia de actividad sísmica y volcánica. Esto ocurrió en 1923, cuando se importaron dos instrumentos de ese tipo: un modelo Weichert de péndulo horizontal de 200 kg, y otro de péndulo vertical de una tonelada de peso, similar al gran sismógrafo existente en el observatorio de los jesuitas en la Cartuja (España).

(Continuará.)

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