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Significación del trabajo de José Martí sobre la Exposición de París

17 de octubre de 2014

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En la tercera edición de la revista La Edad de Oro que circuló en el mes de septiembre de 1889 José Martí incluyó lo que sería el más extenso de los trabajos reflejados por él en esa publicación que concibió de manera especial dirigida a la infancia.
En este material se puede apreciar la trascendencia de Martí como cronista y cómo era capaz de describir con singular meticulosidad la significación y características de un hecho de gran  relevancia a nivel mundial cómo fue la Exposición de París celebrada en el verano de 1889 con motivo del centenario de la Revolución francesa.

parís 1889 (Small)
Aunque no fue testigo de tal acontecimiento, y valiéndose de varias fuentes  informativas trasladó a los lectores lo que ocurría en la citada exposición. Precisamente Martí detalló que los pueblos todos del mundo se han juntado y que cien mil visitantes entraban cada día a la exposición.
Señaló que por 22 puertas se podía entrar a la exposición y que la entrada hermosa era por el palacio del Trocadero, de forma de herradura, que quedó de una exposición anterior, y estaba ahora lleno de aquellos trabajos exquisitos que hacían con plata para las iglesias y las mesas de los príncipes los joyeros del tiempo de capa y espadón, cuando los platos de comer eran de oro, y las copas de beber eran como los cálices.
Precisó más adelante al hacer referencia a las distintas áreas de la citada exposición que la mayor parte del público se concentraba en la zona donde se hallaba la torre Eiffel a la que calificó como el más alto y atrevido de los monumentos humanos.
Martí trató con cierta amplitud sobre la historia y características de esta torre, símbolo de la capital francesa.
Manifestó que dicha torre era como un tejido de hierro y que sin apoyo apenas se había levantado por el aire. Seguidamente describió lo que pasaba en ese instante en que la torre también era una de las sedes de la exposición que tenía lugar en París.
Y agregó:  “Allá abajo la gente entra, como las abejas en el colmenar: por los pies de la torre suben y bajan, por la escalera de caracol, por los ascensores inclinados, dos mil visitantes a la vez; los hombres, como gusanos, hormiguean entre las mallas de hierro; el cielo se ve por entre el tejido como en grandes triángulos azules de cabeza cortada, de picos agudos.”
Explicó que al estrado tercero de la torre, situado a 300 metros sobre la tierra y el mar, subían los valientes. Señaló que allí no se escuchaba el ruido de la vida y que el aire, en esa altura, parecía que limpiara y besara. Añadió de inmediato al describir lo que se experimentaba y divisaba desde esa altura: …abajo la ciudad se tiende, muda y desierta, como un mapa de relieve: veinte leguas de ríos que chispean, de valles iluminados, de montes de verde negruzco, se ven con el anteojo…
En su descripción acerca de este gran monumento de hierro de la capital francesa,  Martí dijo que de una de las raíces de la torre subía culebreando por el alambre vibrante la electricidad, que  encendía en el cielo negro el faro que derramaba sobre París sus ríos de luz blanca, roja y azul, como la bandera francesa. Y también detalló: “En lo alto de la cúpula, ha hecho su nido una golondrina.”
En este extenso trabajo, que abarca más de la mitad del tercer número de La Edad de Oro, puesto que se extiende a través de más de 20 páginas, Martí fue comentando  otros detalles de las diferentes zonas por donde se hallaba la gran Exposición de París.
Trató en relación con los pabellones de diversos países, de modo muy particular los de varios de América Latina y también resaltó la presencia de hombres y mujeres de diferentes partes del mundo con sus trajes típicos. Al respecto expresó: “Y afuera, al aire libre, es como una locura. Parecen joyas que andan, aquellas gentes de trajes de colores.”
Precisó que unos iban al café moro, a ver a las moras bailar, con sus velos de gasa y su traje violeta, moviendo despacio los brazos como si estuvieran dormidos, y que otros iban al teatro del kampong donde estaban en hileras unos muñecos de cucurucho, viendo con sus ojos de porcelana a las bayaderas javanesas, que bailaban como si no pisasen, y estaban con los brazos abiertos, como mariposas.
En su descripción acerca de lo que sucedía en la Exposición de París, Martí igualmente manifestó que  en el teatro de los anamitas, los cómicos vestidos de panteras y de generales, contaban, saltando y aullando, tirándose las plumas de la cabeza y dando vueltas, la historia del príncipe que fue de visita al palacio ambicioso, y bebió una taza de té envenenado.
También trató acerca de las manifestaciones artísticas de otros pueblos presentes en la exposición citada que reitero tuvo lugar en París con motivo del centenario de la Revolución francesa.
Y en la parte final de este interesante trabajo resumió en una relativa breve frase el simbolismo de dicha exposición al resaltar que la torre  Eiffel, en la claridad, lucía en el cielo negro como un encaje rojo, mientras pasan debajo de sus arcos los pueblos del mundo.
En el cuarto número de La Edad de Oro, editado en el mes de octubre de 1889, Martí volvió a tratar con respecto a la Exposición de París, sobre todo para dar respuesta a lo que habían  manifestado algunos niños en sus cartas los cuales preguntaban si era verdad todo lo que él había expuesto en su trabajo.
Martí precisó con respecto a ello: “Por supuesto que es verdad. A los niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe decirles lo que no sepa que es como se lo está diciendo, porque luego los niños viven creyendo lo que les dijo el libro o el profesor, y trabajan y piensan cómo si eso fuera verdad, de modo que si sucede que era falso  lo que les decían, ya les sale la vida equivocada, y no pueden ser felices con ese modo de pensar, ni saben cómo son las cosas de veras, ni pueden volver a ser niños, y empezar a aprenderlo todo de nuevo.”

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