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Siempre las emociones

20 de febrero de 2015

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emociones-inteligenciaEs conocido -y yo lo he repetido varias veces- que  ser inteligente emocionalmente propicia un mayor éxito en la vida, o dicho con otras palabras, conocer y manejar adecuadamente nuestras emociones y las de los demás es el perfecto acompañante de las otras habilidades o capacidades de poseemos. Sé que quienes siguen mis artículos -y los que no, les pido que revisen lo anteriormente escrito por mí en este espacio- conocen que me gusta ejemplificar para hacer más “potable” los contenidos científicos sobre este apasionante tema que son las emociones y su manejo inteligente. Hoy también voy con un ejemplo -que por cierto, es real- y que es sobre una enfermera que conocí y con la que trabajé hace más de treinta años, y aclaro la fecha (muy a mi pesar porque a estas alturas de mi vida ya ni me gusta acordarme de la edad que tengo) porque en ese tiempo no se trabajaba e investigaba sobre las emociones como se hace ahora. Pues bien, esa amiga trabajaba junto conmigo en un policlínico que en Cuba es lo que otros países se llaman centros comunitarios, o sea, que se dedican a la atención primaria, y uno de los programas prioritarios está la detección precoz del cáncer cérvico-uterino, por lo que la prueba citológica es una de las actividades diarias de estos centros, y esta enfermera que por cierto, se llama Margarita, era la encargada de este tipo de estudio, o sea, de recoger las muestras a las mujeres que asistían diariamente. Pues el asunto es que en ocasiones no le alcanzaban las láminas que se requieren para tal proceder y quedaban mujeres sin poderse realizar la prueba, por lo que habían perdido el tiempo yendo al centro. Sin embargo, ninguna mujer nunca se enojó, ni protestó por esta situación. ¿Qué pasaba? Pues que Margarita siempre les dio afectivamente lo que cada una de ellas necesitaba para entender la situación, lo que traducido al lenguaje científico, ella tenía una extraordinaria capacidad para el manejo emocional, y esas mujeres regresaban al otro día o días después muy felices. Sin embargo, en contraposición había otra enfermera -que no voy  a decir su nombre por cuestiones éticas- que trabajaba en vacunación, donde nunca hubo déficit de los medicamentos necesarios, y sin embargo, era el lugar que más quejas y protestas de los pacientes recibía. Estas quejas eran desde la mala cara de la enfermera, las malas ganas con que trabajaba y hasta su mal humor e impaciencia cuando un niño se resistía a ser inyectado, entre otras muchas que ni recuerdo ya. La verdad es que no puedo decir si técnicamente una era mejor que la otra, porque no lo sé, pero lo importante es que el resultado de su trabajo distaba mucho entre ambas, porque existía una gran diferencia en sus habilidades empáticas y sociales, dos competencias de gran importancia para el trabajo con personas, principalmente en el área de la salud, ya que es sabido que cuando de salud y enfermedad se trata, se disparan un conjunto de temores con los que el equipo de salud tiene que lidiar con la misma pericia que atiende el cuerpo directamente, ya que no es secreto que los factores psicológicos revisten una importancia de gran envergadura, al punto de influir en el alivio o agravamiento de cualquier enfermedad. Si cada uno de nosotros recordamos alguna enfermedad sufrida, seguro que aún de manera retrospectiva podemos determinar que emociones nos han despertado un enfermero, un médico, un psicólogo, un estomatólogo o cualquier técnico de laboratorio, de radiología, en fin cualquier profesional o técnico de la salud que nos haya atendido en ese momento y estoy segura que siempre lo que más recordaremos es el intercambio afectivo, aunque la valoración de su destreza profesional sea reconocida, así que podemos decir “es un excelente médico, aunque es un tipo que me inspira miedo” o “es un dulce de atento, comprensivo” y fíjense que en este último caso ni evaluamos su desempeño profesional. Es que así es la vida; llena de emociones.

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