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Secreto entre dos

28 de mayo de 2021

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unnamedPara no despertar al anciano y para no tentar el dolor en la pierna, la mujer se levantó en cámara lenta. Aquel dolor surgido de improviso el día anterior, respondía a una ley natural en los viejos a la que se iba acostumbrando. El aviso previo apenas existe por parte de los músculos y los huesos cuando el almanaque ha perdido muchas hojas. En aquella semana, a la nuera la estaban recogiendo antes de las seis de la mañana. Así que, a ella le tocaba la confección del desayuno. Aplicó el pie en el piso y una especie de corrientazo eléctrico le corrió por la pierna. De las cobardes no se ha escrito nada, se dijo a sí misma para darse ánimo y cojeando, apoyándose en las paredes enrumbó hacia la cocina.
Elegantemente vestida, tacones altos y maquillada teniendo en cuenta la hora de la mañana, la nuera preparaba el desayuno. La anciana sonrió. Esa nuera era de ley. Pronto entre las dos se inició un amigable forcejeo por el envase del café. Mientras, una le decía a la otra que regresara a la cama. Y la otra afirmaba que la pierna ya no le dolía. Al fin en busca de la paz y del tiempo perdido, las dos continuaron los quehaceres. La mayor en edad accedió a que sentada en la silla, preparara los panes con esa pasta especial que ella mejoraba gracias a las heredadas habilidades culinarias. Con justeza milimétrica embarraba los panes para que los nietos no protestaran, alegando que a uno le tocaban más panes que al otro o mejor preparados. Sonrió en su papel de abuela y recordó su secreta intervención materna en que echó agua fresca en ciertas irritaciones entre su hijo y la nuera.
Nadie le dijo la causa de una frialdad en las relaciones de la pareja. Más algunas palabras sueltas del anciano porque los masculinos también usan las puyas para herir, le dieron la pista. Su larga experiencia de hija, esposa, madre y abuela de una dinastía de hombres, le reveló la verdad. Podía presentar una candidatura al respecto. El machismo es un virus con un ganchito que se agarra al primer pañal puesto, ya sea de tela o desechable. Tiene vacuna. Una vacuna que lo amaina, le baja el poder, pero de vez en cuando surge. Y surgió en su hijo cuando la esposa consiguió gracias a sus conocimientos y ejecución laboral, un puesto con una responsabilidad y salario muy por encima del ganado por él. Entonces, al hijo y al padre, se le despertó el machismo. Y vinieron las caras serias y las palabras pensadas y reprimidas, causantes de más estragos que una bronca tumultuaria.
Y ella, una tarde los conminó a la cocina y después de brindarles un café premiado con unas gotas sorprendentes de añejo, les habló alto y claro. Al hijo le recordó que la esposa en la universidad ganó el diploma de oro que no ganó él y que escalón a escalón en juego limpio, se ganaba los contratos. Zarandeó a los dos, los avergonzó por su actitud lindante con la envidia y los hizo bajar la cabeza. Esta conversación nunca la supo la nuera, aunque con el olfato superior que la caracterizaba, quien sabe, la imaginó. Cuando cobró el primer nuevo sueldo, trajo regalos a todos. A ella, le entregó el más caro, una blusa artessanal bordada a mano. Le dio un beso que observaron todos, pero el guiño de los ojos quedó entre las dos.

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