ribbon

¿Santa María de la Candelaria?

21 de marzo de 2014

|

1621836_819681464715608_1590178865_n

El Lenguaje y la Lengua, hechos carne en el palique, el rumor y la narración se enriquecen mediante un juego pendular de memoria-olvido, generado en los andares y vagabundeos humanos. Si bien a estas “travesías” no se le deberían atribuir, a priori, valores, quizás se deban atisbar en ellas ciertas permanencias y reproducciones que nos acompañan y marcan, permitiéndonos llegar a tierras firmes. La norma cubana del español podría ser sometida a esas visiones. Pero esa es harina de otro costal.
Si comencé por aquí, aún cuando no fuese a entrar en los vericuetos de las ciencias del lenguaje, es porque me motiva un asunto que tiene que ver con la Lengua y la Escritura, o con su uso. Entonces se podría afirmar, sin sonrojos, que pasa por lo apuntado – o apuntalado- antes.
La quinta secularidad de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, antecedente del actual Camagüey, tan distante de la costa fundacional e internado en una llanura marítima, ha provocado diversos textos y discursos, alguno de ellos con pretensión de documento, sin alcanzar ese rango. Nos hemos tropezado con libelos donde la historia se torna relato manipulado o chapoteos académicos que nos devuelven al insoluble asunto de su fecha de fundación. En medio de una confusa selva, fundamentalmente mediática, sin embargo, aparecen señales atendibles, como los brevísimos y exactos artículos de Elda Cento, colgados en el sitio web de la Oficina del Historiador de aquella urbe.
El pasado 6 de marzo Cubarte, da a conocer Tres músicos de la villa de Santa María de la Candelaria, texto de Lino Betancourt Molina, musicógrafo guantanamero, donde se evoca a tres camagüeyanos: Patricio Ballagas, Luis Casas Romero y Jorge González Allué. El articulista, que domina el tema, ubica a nuestros autores e introduce juicios que permiten un acercamiento inicial a sus obras musicales. Hasta aquí todo va bien.
Sin embargo, desde el título nos llega un topónimo desconocido para la ciudad, dotada de una riqueza proverbial al nombrar y nombrarse. Lo que parecía ser un recurso literario, en el último párrafo, se nos presenta como afirmación respaldada por la tradición y el uso. No intentaremos formular el canon de los apelativos camagüeyanos, cosa que corresponde a la ciudad misma, y que ya ha hecho, desde su lenguaje antañón o desde la imaginación que le adorna y que alcanza a los territorios del mito, profundizando en Cuba el ejercicio de crear y narrar leyendas urbanas, cuya persistencia e importancia nadie pone en duda, pues incluso ha entrado en los terrenos de la “legitimación por la Escritura”, a través de la obra de la Dra. Ángela Pérez de la Lama (con sus alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza) o del poeta Roberto Méndez, traductor de esas joyas del imaginario popular.
Las ciudad nunca ha sido llamada o conocida – aunque puede que lo sea si sus habitantes aceptan y se apropian del apelativo- como Santa María de La Candelaria.
El 2 de Febrero, fecha de la fundación que se acepta por obra del decir y no por la de los documentos, la relaciona efectivamente con Nuestra Señora de la Candelaria, advocación mariana de larga data, pues hay memoria de la misma desde el siglo IV d.n.e en Jerusalén, que luego se extendió a toda la cristiandad, estando vigente en las más diversas tradiciones cristianas. Una de las fechas más importantes del calendario litúrgico ortodoxo es la Gran Fiesta de la Presentación de Nuestro Señor Jesucristo al Templo o Fiesta del Encuentro (hypopapánte en la Iglesia Bizantina, papantisis en la griega), que le dedica uno de sus más bellos troparios de vísperas: “Adorna tu tálamo, oh Sión, y acoge al Cristo Rey; abraza a María, la celeste puerta…”. La Iglesia de rito latino la conoce como Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora o de la Presentación en el Templo o de las Candelas. Imágenes suyas son veneradas en varios países, incluidos los de Nuestra América.
Lo más probable es que la advocación y su devoción llegaran a Cuba con los canarios, cuya patrona es, o por el paso obligado de los conquistadores por esas islas antes de entrar al peligroso Océano Atlántico, por lo que, necesitados de protección divina, pudieron ellos echar mano a la última visión maternal y protectora que tenían antes de aventurarse en aquellas aguas tan peligrosas, habitadas por toda clase de leviatanes. El nombre de la villa podría ser el resultado de una promesa hecha a María, convirtiéndonos a ella y a nosotros en ex votos vivos. Hermoso destino. Sin embargo, la historia y la práctica civil no le reconocen a la Candelaria una extendida devoción popular en Cuba, ni siquiera en Camagüey, donde es también patrona. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, tiempo de fabricación de la identidad principeña, la advocación mariana que más devotos reunía entre los lugareños, y que tenía cofradía propia, era la de Nuestra Señora de la Soledad, luego transferida a Nuestra Señora de la Caridad, a la que se le erigió uno de los primeros santuarios fuera de El Cobre y que protagonizaba una de las dos fiestas populares más importantes, junto al San Juan, la Feria de la Caridad, que deberíamos recuperar.
Nunca los camagüeyanos nos hemos reconocido como “candelarios”, ni siquiera como “marianos”, ni reconocemos vivir en Santa María de la Candelaria, ciudad inexistente, obra de Lino Betancourt. Esta ciudad nuestra es El Camagüey, Puerto Príncipe, la ciudad de los tinajones, la tierra agramontina, pero sobre todo ¡Camagüey! Nombre que evoca no solo a la tierra entre dos cursos de agua sino al origen, a la certeza de pertenecer a un sitio marcado por la sangre y por el fuego.
Quizás, movidos por la fiebre de los quinientos años, podrían aventurarse nuevos modos y apelativos en la futuridad, pero hay que darle tiempo al tiempo y practica a la lengua, que nombra, que santifica, que eterniza o que borra para siempre.

Galería de Imágenes

Comentarios