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¡Saludos, Agnès! (II)

3 de abril de 2019

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Quien, como yo, tuvo el privilegio de conocer fugazmente en el 13. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano a Agnès Varda, no puede olvidar el encuentro sostenido con esta mujer tan vivaracha como incansable. Asistía al «Homenaje a Jacques Demy» que se presentó en esos días de diciembre de 1991 cuando la entrevisté en el Centro de Prensa Internacional de La Habana, sede entonces de las conferencias programadas por el certamen de los cineastas de esta América nuestra. No podía faltar la rememoración de su descubrimiento personal de esta isla:

 

¿Qué recuerdos conserva de la primera visita a Cuba?

Tengo muy mala memoria y posiblemente haga cine para ayudar a mi mala memoria. Cuando vine a Cuba en el 63, hice entre cuatro mil y seis mil fotos con el deseo de realizar después una película con estas fotografías. Debo decirles que las recuerdo tan bien como el filme que hice, lo que me ha permitido no olvidar aquella primera visita a Cuba hace casi treinta años. Lo primero que recuerdo, y quiero decirlo, es que había mucha gente que quería mucho y que ya no están, por ejemplo: Saúl Yelín, una persona muy simpática, muy viva y activa, Sarita Gómez, quien realizó conmigo el viaje a Santiago de Cuba. Sabía que ella padecía de asma porque tuvo crisis junto a mí, incluso, pero nunca pensé que eso la mataría, y la quería mucho… Benny Moré, Wifredo Lam… En aquella ocasión encontré muy buenos amigos, y ahora me siento en este reencuentro a hacer un cumplido a los cubanos por haber mantenido con tanta fidelidad, con tanta obstinación, con tanto orgullo, y con tanta valentía, los objetivos y los ideales de mantenerse siendo cineastas y de trabajar y concederle un puesto a la cultura. Esto demuestra que artistas como yo pueden venir a Cuba con mucho placer.

 

De Clèo de 5 a 7 a Sin techo ni ley, incluso su trabajo posterior con la actriz Jane Birkin en 1987 en Jane B. está muy presente el universo femenino, ¿qué importancia tiene dentro de su obra?

No sé si en especial tiene importancia el universo femenino. Como soy una mujer, de forma natural me impresionan más, lógicamente, las situaciones donde las mujeres son el centro. Existen muchos hombres en las calles que no tienen techo, hay cada vez más vagabundos y en los últimos diez años hemos visto llegar a mujeres a esta situación, duermen en los portales… y cuando comencé el proyecto de Sin techo ni ley quería narrar la historia de un vagabundo que se iba a encontrar con una vagabunda. Pero mientras más hablaba con los pobres en las estaciones ferroviarias, de madrugada, donde se quedan a dormir, o en los asilos nocturnos, finalmente las mujeres me impresionaron mucho más. Y cuando en ocasiones iba en auto o a pie, por las calles de París me decía que para mí sería terrible… Me daba cuenta de que ellas estaban despegadas del resto de los demás. Finalmente escogí de forma natural hablar de una mujer en la carretera. Me ayudó mucho el extraordinario talento de Sandrine Bonnaire, que tenía entonces 16 años.

No existía la voluntad absoluta de decir: como soy una mujer voy a hablar de ellas, sino que llegó como algo espontáneo. Pero también he realizado películas sobre hombres, sobre pintores y ahora sobre el pequeño Jacquot. El mundo de las mujeres me interesa porque soy muy solidaria con las mujeres. Pienso que puedo hacerlo sobre todo desde un punto de vista feminista. Se hace mucho más siendo artista que hablando solo de las mujeres.

 

Cuando se estrenó La felicidad, las mujeres cubanas no estuvieron de acuerdo con la fórmula propuesta, fue muy discutida y comentada en su época en nuestro país, ¿al cabo de estos años ha cambiado su concepto de la felicidad?

No tengo un concepto personal de la felicidad, pero soy como todos, estoy completamente presionada por imágenes prefabricadas del bienestar y la felicidad. Sé que existió una imagen prefabricada que es la del hombre y la mujer con los hijos, todo el mundo es feliz, en armonía con la naturaleza, no tienen ambiciones, son sinceros, y representan el ideal de una familia: ella cuida las flores y el niño mientras él trabaja, hacen el amor… La pregunta que me hice entonces como mujer –y es posiblemente una respuesta a las mujeres que se hacían esta pregunta– es una declaración muy lúcida, cada uno de nosotros es único e irremplazable. Yo les pregunto si todo este ideal de la felicidad, de la familia, de la sociedad, no puede ser cuestionado. En La felicidad, al final hay otra mujer que aparece en la casa, prepara la comida, lleva los niños a la escuela, riega las flores, hacen el amor… pero el funcionamiento social del bienestar y la felicidad está ahí.

Esta película era una reflexión sobre el sentido de esta idea que existe sobre la felicidad, fuera de toda moral. Es posible que la vida y las experiencias hayan puesto como condición lo único de cada persona, y posiblemente en un momento dado nos demos cuenta que lo que hay de único en cada persona tiene más valor que el que la sociedad le quiere dar. La felicidad no es una película para acusar a los hombres infieles, es una reflexión. Para mí era como un buen fruto, muy colorado y codiciado, pero que dentro tenía un gusano.

 

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Mi reflexión como mujer hay que verla en muchas películas –incluso en Cléo de 5 a 7, con sus plumas, sus historias…– es una película sobre una mujer que existe por su coquetería, por la mirada de los hombres y porque teme enfermar, es como si despertara de pronto al principio, y la segunda parte es ella la que se despierta y mira a los demás. Como no tiene comunicación con quienes le rodean empieza a hablar con los soldados. Para mí es un acto feminista el hecho de pasar de la mujer objeto  a la mujer sujeto, pero un feminismo muy discreto, está más bien vinculado a una reflexión sobre la belleza y la muerte, sobre la mujer y el esqueleto.

Mis personajes no son tan cerrados, porque no quieren hablarnos. Mi vida es ser artista, trabajar. Yo leí algo que me ha gustado mucho: Fidel Castro decía que le gusta una frase de José Martí que expresa que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz». Y esta frase justifica el hecho de trabajar donde estamos porque con la miseria que existe en el mundo, las dificultades cada vez más catastróficas que atravesamos pudiéramos pensar que realizar películas significa una respuesta muy pequeña y esta frase me gusta porque en el grano de maíz que representa mi trabajo están todas las preguntas que el mundo puede hacerse, está todo el mundo en desarrollo.

No se puede vivir sin incertidumbre y de estas dudas nace la determinación, la esperanza, la valentía el trabajo o la esperanza. Quiero añadir una frase de Gramsci que puede sintetizar mi criterio sobre la postura del artista: «Cuando se mira al mundo se puede ser solamente pesimista, pero cuando pasamos a la acción hay que ser optimista». Y es esta dualidad, esta contradicción, el centro mismo de mi trabajo.

Jacques fue un cineasta que cantó a su ciudad natal, Nantes. Yo no puedo decir lo mismo, tengo un padre griego, una madre francesa, nací en Bélgica en 1928, me criaron en el sur de Francia, subí a París, me trasladé a Bretaña… No me siento de ningún lugar y me siento de todas partes. Pero Jacques era de Nantes y era imposible contar su historia sin poner este niño en medio de su ciudad.

 

¿Qué cineastas la influyeron al comenzar en el cine?

Al iniciar mi trabajo en el cine fui autodidacta, sin ninguna cultura cinematográfica. A los veinticinco años había visto nueve o diez películas, no sabía nada y no sé incluso ni por qué hice cine. Nunca fui asistente, nunca asistí a una escuela, y cuando en 1954 tuve a Alain Resnais como montador jefe de La Pointe-Courte, mi primer documental, un largometraje rodado en una aldea de pescadores, él que es una persona de gran cultura, me decía: «Estos planos me hacen pensar en Visconti», y yo le preguntaba: «¿Quién es Visconti?». Yo era nula en cine. Después empecé a ver películas, y vi algunas que adoro ahora. Siempre he dicho que si hubiese visto buenas películas antes de empezar nunca me hubiese atrevido a hacerlo. Pienso que lo que me ayudó enormemente fue mi ignorancia sobre cine, pero este fue mi caso. Me influyeron la pintura y la literatura.

 

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Agnès Varda subrayó que todas sus películas transcurren en tiempos presentes y que no tenía en lo absoluto el deseo de hacer historias nostálgicas. En una oportunidad expresó: «No hay nada como esa magia que se produce en una sala oscura durante la proyección de una película. Mientras viva trabajaré por la supervivencia de esa magia. Tengo la suerte de ser bastante mayor, así que espero morir antes de que desaparezca el cine».

En nuestra memoria, sin embargo, se confunden las imágenes de Guy y Geneviéve por las calles de Cherburgo, con la de la cantante Cléo que al conocer el diagnóstico clínico recorre París durante dos horas, la joven vagabunda Mona decidida a que la dejen en paz o las gemelas de Rochefort con la pareja ideal de La felicidad, los acordes compuestos por Legrand con la partitura de Mozart, porque todas esas criaturas surgieron de la comunión y la convivencia de dos admirables cineastas cuyas trayectorias confluyen en la entrañable Jacquot de Nantes por Varda.

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