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Saludables por obligación

4 de marzo de 2017

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verdurasLa abuela era capaz de distinguir, por el sonido de las mochilas tiradas en la mesa de la cocina, quién de los nietos llegaba. En el balance de sus éxitos formativos, aparecía un cero en el renglón de incrustar en sus descendientes la diferencia entre tirar, depositar y colocar. Acertaba nuevamente. El nieto menor ya abría el refrigerador en busca de su merienda, convenientemente preparada en evitación de que los hermanos adolescentes, apodados los insaciables, obstruyeran su derecho. La anciana leyó el recitativo preparado de antemano. “Tu abuelo tiene la presión alta. Se ha descuidado en la dieta. Y todos debemos ayudarlo a cumplirla”. El niño lo apreció en su significado obligatorio al encontrar un bocadito de lechuga y tomate acompañado de un minúsculo vaso de yogur casero en espera de su ingestión. En él se inauguraba la restricción alimentaria. Y recordó el precio de las subidas de presión anteriores.

Preparado estaba para replicar cuando al ruido de la abierta puerta de entrada se unió el inventado reguetón de los hermanos mayores, llegados a velocidad a la puerta del refrigerador, suspendiendo el denominado canto, para emitir ciertos sonidos en calidad de saludos a la abuela y el hermanito con derecho a merienda separada y no sometido al riesgo de un regaño con acuso de robo del alimento de toda la familia.

Palabra por palabra, la abuela repitió el discurso. Aunque no eran gemelos, en dueto sin ensayo previo, arremetieron contra la última oración, la que más o menos decía que todos debemos ayudar a que el abuelo cumpla la dieta. Traducida en platos culinarios, desayunos mañaneros y meriendas nocturnas, significaba la ausencia de dulces, refrescos, espaguetis, pizzas, frituras, panes, perros calientes y demás productos deliciosos al paladar. Visualizaban ya mesas repletas de vegetales y comidas bajas o sin sal, unas papas adoloridas porque no las fríen y un refrigerador entristecido por tanto espacio vacío en el desperdicio de su capacidad.

La anciana no les dio tiempo a protestar. Era fiel seguidora de los medios. Olvidaba los nombres de las amigas y alguna que otra vez, llamaba a la mascota con el nombre de un nieto, pero recordaba todos los consejos escuchados en la radio y la TV respecto a las dietas saludables. Los muchachos protestaron en voz alta y se marcharon rumiando en voz baja.

En unos días, el abuelo culpable y principal afectado por el régimen estricto estabilizó la hipertensión en 80 con 120. La anciana, orgullosa del éxito, mantenía las reglas alimentarias sin agregar siquiera una natilla natural de postre. Suplicaron al culpable que intercediera por toda la familia, a lo que se negó más por temor a la mujer justiciera que a su salud arterial.

Entonces, los adolescentes procedieron a mostrarle la imagen impresa de una foto tomada en un teléfono inteligente. El sonriente anciano frente a una pizza y un refresco gaseado en una cafetería del barrio.

El chantaje funcionó.

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