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Saldo positivo

5 de octubre de 2013

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La hija la llamó al trabajo. Noticia confirmada. Dentro de siete meses, sería madre. Al fin, saborearía el placer de ser abuela. Un pequeñín en sus brazos para cuidar, mimar, ver crecer saludable y feliz. Ya los ojos no se le irían detrás de los cochecitos y también como las colegas, para descansar la vista, colocaría las fotos en la computadora. Contuvo la tentación de llamar a las compañeras. Era una profesional responsable. Abandonó las ensoñaciones y retornó a los papeles que estaban en la mesa. Las ensoñaciones no ligan con las cuentas por pagar de la firma. Imposible. La idea del futuro nacimiento del nieto, la embargaba.
Manejaba números y dichos números son alérgicos a las distracciones, pero provocan en una mente adicta al análisis, juzgar el futuro, tomándolos en cuenta. El niño nacería en un hogar exento de preocupaciones financieras. El matrimonio poseía hogar propio, recientemente restaurado y situado en una bella zona de la capital. Contaban con el servicio de una señora encargada de la limpieza y la cocina. Posiblemente buscarían otra para el cuidado del niño. Ella estaría siempre dispuesta a atenderlo, pero bien conocía el independiente espíritu de la hija que querría educar al descendiente bajo sus reglas modernas.  Por conseguir ese estado de gracia con los pesos, demoraron la concepción, lo que nunca les criticó pues la planificación familiar es un derecho de la pareja.
Los 35 años de la hija no la preocupaban. Era una muchacha sana y tendría todas las atenciones durante la gestación. Ni ella ni el esposo fumaban, solo bebían en algún brindis o fiesta y estaban sujetos a dietas saludables para mantener el peso ideal y la vitalidad. Todo saldría bien, a pedir de boca. Pensó en la necesidad de comprar una cuna para asegurar que su casa sería el segundo hogar del niño, cuando los padres salieran de viaje. En esas circunstancias especiales, se lo entregarían bajo una serie de normas por cumplir.
Ante tantos sueños felices, los números le jugaron una mala pasada. Empezaron las sumas que la llevaron por derroteros preocupantes. De pronto, pensó que cuando el niño arribara a la adolescencia, la madre estaría cercana a los 50 y ella a los 70. La madre en el climaterio, ella en la vejez y el muchacho en esa edad rebelde de actitudes inesperadas.
Recordó su climaterio ya devenido en menopausia. A pesar de los medicamentos, los ejercicios, los controles alimentarios, el carácter apacible se le trocó en inquietud constante. Y en las fechas en que el futuro nieto le diera por las extravagancias y las rebeldías sin causa, bajo ese condicionamiento anímico viviría la hija. Y ella, sería una adulta mayor que a pesar de su mentalidad abierta del presente, quizás estaría atada a moldes fuera de uso. Sonrió. No valía la pena imaginar esas complicaciones futuras. Colocado el nacimiento del nieto entre las columnas del debe y el haber, el saldo del cariño sería siempre positivo.

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