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Rubén Darío

4 de septiembre de 2019

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Ya José Martí preparaba la guerra necesaria desde el exilio heroico y laborioso. Mientras, en Cuba se vivía la tregua larga de una espera que los más entusiastas y avezados patriotas reconocían como inevitable. Tranquila y reprimida se mantenía la capital el 27 de julio de 1892, cuando desembarcó del vapor México Rubén Darío. Llegaba en tránsito hacia España, como representante de Nicaragua, a los festejos por el cuarto centenario de la aparición de Colón por tierras americanas.

En la redacción del periódico El País se estrecharon las manos Rubén Darío y Julián del Casal, quienes se conocían –gracias al correo– desde 1887, por medio de las páginas de la revista La Habana Elegante, que el poeta nicaragüense recibía con cierta frecuencia y en la que aparecieran trabajos de ambos.

Los días habaneros de Darío transcurrieron en continuos paseos, tertulias, agasajos y correrías. Al partir en la tarde del 30 de julio, en el vapor Veracruz, dejaba una estela de encanto entre la intelectualidad cubana.

El 5 de diciembre de aquel mismo año, de regreso de España en el vapor Alfonso XIII, Darío hizo una segunda escala, de solo unas horas, pues al día siguiente embarcó en el México, el mismo que lo trajo la primera vez. Aprovechó, no obstante, para dejar algunos textos inédi­tos en la redacción de El Fígaro.

En 1893, en Nueva York, Darío es presentado a José Martí, por quien siente profundo respeto. Martí tiene la gentileza de invitarlo a la velada que se celebra en Hardman Hall, donde él hablará. Al escucharlo, al departir con él, se acrecienta la admiración de Darío por el pensador y político cubano.

Atrás ha quedado la segunda intervención norteamericana en Cuba. El Partido Liberal gana las elecciones y José Miguel Gómez ocupa la presidencia desde el 28 de enero de 1909. Su gobierno se hará célebre por entronizar algunas “costumbres”: la lotería nacional, la lidia de gallos, los negocios de dudoso carácter.

Este es el panorama prevaleciente el 2 de septiembre de 1910, cuando Darío está en La Habana por tercera vez. Acuden a recibirlo don Ramón Catalá, de El Fígaro; Max Henríquez Ureña, dominicano que mucho amó a Cuba; Eduardo Sánchez de Fuentes, autor de la inmortal habanera y otros. Un periodista de La Discusión obtiene el siguiente autógrafo:

Paz y progreso y gloria a Cuba, país que admiro y que he amado siempre.

Rubén Darío

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