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Rubén Azócar

16 de agosto de 2013

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En la biografía del escritor chileno Rubén Azócar aparece frecuentemente la presencia de Pablo Neruda, que fuera su amigo, compañero de aventuras y confidente, uno del otro, de amores y desvelos. Viene también el nexo porque ya es público —se han publicado las cartas— que Neruda tuvo en Albertina Azócar, hermana de Rubén, al gran amor de su vida.
Pero sucede que Rubén Azócar, en sí y por sí, es un importante narrador y poeta, autor de una novela titulada Gente en la Isla (1938), en la cual los críticos se han detenido y los lectores se han recreado por más de una generación —el libro tiene varias ediciones con éxito de mercado— y hace de él una figura vigente dentro de la literatura latinoamericana del siglo XX.
Azócar estuvo en La Habana en los días primeros del mes de enero de 1963, en calidad de jurado del Premio Casa de las Américas. Entonces, entre tantos invitados, pasó casi inadvertida la estancia de aquel hombre de rostro ancho, como la figura toda, y bigote entrecano e hirsuto, que paseó por las calles de La Habana vieja y nueva. Sin embargo, un periodista y escritor cubano, Fernando G. Campoamor —historiador del ron— compartió con Azócar muy gratos momentos que recogería en las páginas del semanario Bohemia. Azócar contaba por aquellas fechas algo más de 60 años, pero revelaba una robustez y dinamismo envidiables. Anduvo por la zona de la Plaza de la Catedral, degustó un mojito (o tal vez más de uno) en la Bodeguita del Medio, contempló balcones y rejas dieciochescas, y dialogó con vecinos.
Azócar escribió sus Impresiones y opiniones sobre Cuba que, de puño y letra, dejó a principios de 1963. Allí se lee:
“El contacto directo y atento con el pueblo cubano y su actividad revolucionaria (campesinos, obreros, artesanos, pescadores, estudiantes, empleados, hombres, mujeres y niños del campo y la ciudad), le da al viajero visitante la visión amplia y ordenada del panorama social de Cuba, la impresión profunda, real, por lo veraz y claramente revelada de su panorama, de los diversos cauces que mueven su marcha”.
Azócar presidió la Sociedad de Escritores de Chile en más de una ocasión y se le apreció por su interés en defender y mejorar las condiciones de los autores; gracias a su gestión se adquirió una sede para la institución. Aunque enfermo, se mantuvo activo hasta el final, que ocurrió el 9 de abril de 1965, dos años después de su casi olvidada estancia habanera.

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