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Reparar emociones

8 de junio de 2018

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Reparar un refrigerador roto, un techo que gotea o cualquier otro artículo es algo que vemos como lógico y habitual, sin embargo, cuando nos referimos a las personas nunca utilizamos este término, pero voy a hacer la excepción y me aventuro a decir que las emociones pueden ser reparadas, y de la misma manera que al tener en la casa algo roto que precisa arreglarse, las emociones cuando tienen un mal funcionamiento, tienen que repararse y también deben enviarse a un taller que no tiene destornilladores ni martillos o cables, sino que son talleres de manejo de emociones.

En muchas ocasiones anteriores, en este mismo espacio, he dicho que las emociones y el razonamiento no son antagonistas como se cree popularmente, sino que son inseparables porque sin sentimientos, las decisiones que tomamos con seguridad no solo pueden ser malas, sino que incluso pueden llegar a ser desastrosas. Les pongo un ejemplo muy habitual y es la joven o el joven que nuestras madres quisieran como nuera o yerno y para convencernos nos enumeran un buen número de cualidades y que cualquiera de nosotros acepta que lógicamente son ciertas. Sin embargo, decimos: “pero, mamá ¡no me gusta!”, y es porque ahí se presentó un divorcio entre razón y emoción. Lo que nuestra madre piensa no es lo que nosotros sentimos, y es que en la vida todo se valora afectivamente además de usar la razón.

Cuando crecemos, nos desarrollamos, nos enseñan muchas cosas, tantas que nos convertimos en seres humanos. No obstante, poco se preocupan por educar las emociones y de la misma forma que si no nos ponen zapatos ortopédicos para rectificar los pies planos, las emociones que se mal forman nos afectan en el caminar, pero no en sentido literal sino en el camino de la vida. Por eso es que cuando imparto cursos de inteligencia emocional el primer ejercicio que indico es que los estudiantes piensen y apunten las emociones más frecuentes que sienten y lo que las provoca. De esta manera, con frecuencia me encuentro que la ira es una emoción recurrente, por lo que es necesario repararla y para ello hay talleres de manejo de la ira, donde se aprende no solo a saber cuando la ira es necesaria, porque hay ocasiones en que enojarse es útil, sino alfabetizarse emocionalmente, lo que significa conocer y adquirir un amplio repertorio emocional.

La relación entre emoción y la situación o persona que lo provoca es solo el comienzo, aunque de ninguna manera suficiente, porque a veces se reconoce que es la situación la “disparadora” de la ira y ahí se puede trabajar para profundizar los “porqué”, ya que si es la esposa quien le hace enojar, tendría que evaluar no solo la ira, sino al matrimonio y su funcionamiento, porque si es el o la cónyuge quien molesta, de seguro que algo anda muy mal. Si por el contrario hay una generalización de situaciones y personas que reciben el ataque iracundo e incluso la persona es consciente de pese a que ama al hijo, se siente bien en su trabajo no deja de enojarse y actuar violentamente, eso nos dice que hay que proceder a profundizar pues el asunto es más grave y habría que remitirse a una malformación emocional cuyos orígenes son parte del pasado de la persona que pueden llegar hasta la niñez. Llegado a este punto el asunto puede tomar caminos diversos cuyo origen, naturaleza, reconocimiento y solución toma ribetes de complejidad que debe ser trabajado durante un tiempo determinado, y depende de cuánto se avance en la realfabetización emocional, que al igual que la reeducación es mucho más compleja que la educación precisando eliminar un inadecuado aprendizaje sustituyéndolo por nuevas y más sanas conexiones entre la razón y la emoción. Esto significa, por ejemplo, que a lo que amo le demuestro amor, a lo que le temo me conduzco con miedo y si voy a una entrevista de trabajo muy importante, entonces estar ansiosa es lógico. Y eso es reparar las emociones que están dañadas porque de no hacerlo pueden romper al ser humano y eso sí es muy grave.

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