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Regreso de las vacaciones

23 de agosto de 2013

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¡La casa, la casa!. A pesar de las paredes despintadas y una u otra ligera rajadura escondida tras un afiche, la encontraban más apetecible que las recién restauradas del barrio. Lo único que les faltó a la pareja de ancianos, aquella frase del ¡Al fin solos! Del día inaugural. Porque la soledad brillaba por su ausencia. Los hijos y la banda de nietos habían tomado posesión de la sala y maletines y mochilas dejaban un rastro de arena y tierra anunciadores de la estancia en un campismo de sol exagerado, por supuesto, arena y tierra, mar y lomas adyacentes.
Todos corrieron hacia la cocina en busca de agua, menos ellos. La experiencia acumulada de la ancianidad desconectó el refrigerador y le permitió al aparato siempre acosado por los nietos, una semana de descanso y de limpieza en la manilla de la puerta. Mientras los mayores rebuscaban monedas en las adelgazadas billeteras para pizas y refrescos fríos, los ancianos aprovecharon la dispersión y antes de que a algún cerebro malcriado se le ocurriera invocarlos para la preparación de una comida caliente, en huida se refugiaron en el dormitorio.
Al unísono, cayeron en la cama. Sería una gran mentira decir que se sentaron. Parecían bultos extraídos de un contenedor después de meses paralizados en un puerto. Sudorosos, soñolientos, agotados, nerviosos.
Admirado en el primer día, el espléndido paisaje. Contenta ella porque comerían en la cafetería y se alejaría del invento de platos cada día. Y una cabaña solo para ellos. En los últimos años, a finales de Junio, discusiones en la familia. Los abuelos se sentían postergados. Las vacaciones, planeadas sin contarlos entre los participantes. Estaban obligados a cuidar la casa y al perro. La sentida muerte natural del viejo animal los liberó junto a las rejas colocadas en las ventanas y puertas y el consentimiento de los vecinos en estar atentos.
Habían arribado a una versión en 3 D del paraíso terrenal. Bueno, así lo consideraron hasta esa tarde. La larga caminata hacia la cafetería, en competencia alegre para los nietos, la cola que para los adolescentes servía para entablar las primeras relaciones, la comida apetitosa para los adultos jóvenes, pero demasiado salada para los hipertensos y pacientes de agrura, señalaron las primeras diferencias causadas por los setenta años cumplidos y vividos. La estrellada noche llamaba al romanticismo y también llamaba a incorporarse al baile bajo el ruido, perdón, la música que hacía temblar a ritmo furioso, las paredes de la cabaña. Al intentar, por lo menos descansar, notaron que las camas cumplían un diseño provocador de espaldas rectas, pero inútil en columnas añejas adoloridas ante tanta firmeza. Acostumbrados estaban a que el sueño los visitara después de la telenovela y despertar a inicios de la madrugada. Pero la mencionada cama en complicidad con los altos decibeles, les alejaron el sueño inicial y al iniciar el sol las ganas de alumbrar, ni cuatro horas contabilizaron de descanso.
Así transcurrió la llamada semana de ocio y emociones varias.
Sentados en la adorada cama matrimonial, sacaban sus propias conclusiones y aceptaban la realidad. Ya no estaban para esos trajines. Complacerían a la nieta menor. Adoptarían otro cachorro y permanecerían tranquilos en el hogar mientras la familia disfrutaba del campismo el próximo verano.

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