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Primer día de clases

30 de agosto de 2013

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Otro nieto listo para la escuela. Sumar cinco hijos, quince nietos en estos tiempos y dos bisnietos es un record de competencia. Lo sabían por la experiencia de los últimos años. Vieron a la familia crecer a finales de siglo y en el nuevo, exprimirse, adelgazar. Brindaron por la felicidad de los novios varias veces y varias veces contaron los divorcios por no presentación del otro cónyuge. Sonreían cuando las  nietas menores planeaban parir a la edad en que las madres fueron abuelas o no parir en libre derecho. Hasta saludaban cortésmente la cara desconocida de ojos trasnochados que salía del dormitorio de cualquiera y ni se asustaron ni molestaron al comprobar entre los descendientes, un gay. Era un par de ancianos adaptados y adaptables al Siglo XXI. Estaban encaprichados en ser felices e ignorar los ataques lumbálgicos y los huecos tamaño luna llena en la memoria. Sonrisa en ristre comprobaron que los preparativos para el día de inicio escolar mostraban agudas diferencias, si olidas en tres nietos anteriores, afirmadas duramente en este. En la cama del infante, reposaban seis juegos completos de uniforme y se preguntaron si por la abundancia en esta cama, en otra cama faltaría alguno. En el afán de la paz hogareña y porque notaban la disminución de la atención a las sugerencias, dejaron dormir la interrogación. Al desconfiar de la precisión de los envejecidos ojos, dudaron de la cantidad visible de lápices, sacapuntas, libretas forradas en imitación de piel, encantadores receptáculos para diversas meriendas y mochilas de materiales y colores también diversos. En busca del convencimiento, tocaron, palparon, comprobaron la variedad. La anciana, más atrevida que el marido, preguntó en el tono dulce apropiado: ¿cuántos niños comienzan este lunes en la escuela? La hija aludida no respondió, acto normal en el silencio en que cada día la pareja se veía envuelta.

Salieron al jardín y sentados en un banco de mármol traído no sabían de donde, nuevamente se comprometieron a ser felices. El futuro escolar, abandonada la computadora por un rato, correteaba en ese goce eterno de la humanidad disfrutado por la libre en la infancia, la libertad suprema. Los abuelos contemplaron orgullosos al último de los vástagos de la familia fundada sesenta años atrás.

En esa conexión cerebral que une a las parejas probadas en las buenas y en las malas y estudiada en las universidades renombradas y lejanas todavía la comprobación científica, recordaron al unísono, idénticos recuerdos: el primer día de clase del primer hijo. Tantas esperanzas depositadas en aquella cabecita de uniforme limpio, planchado, reformado para su tamaño, y con la maleta y el termo regalado por los padrinos.

La veloz llegada del último de los nietos, les cerró la idílica ensoñación. El anciano en su hablar de palabras lentas, le preguntó si estaba contento porque el lunes, iría a la escuela. Iniciada una nueva carrera, les gritó que sí, porque encontraría a los amiguitos del círculo.

Los conectados cerebros, repitieron: ¡Todavía es salvable!

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