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Porfirio Díaz

20 de noviembre de 2015

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55947d2f09303Porfirio Díaz es, tal vez, la más polémica de las figuras de la política mexicana. El porfirismo, o sea, su doctrina de gobierno, cruzó de un siglo al otro, de finales del XIX a comienzos del XX. Su sombra, aún después de abandonar el poder y de morir, se extendió por varios años más. Caudillo, cacique, dictador, ocupó la presidencia de México en nueve ocasiones entre 1876 y 1910. Además de político, fue un militar atrevido y exitoso, que realizó numerosas campañas en las cuales se distinguió por su valor.
De su personalidad se ha escrito mucho: enérgico, ambicioso, hábil, no exento de carisma. Los adjetivos pueden seguir sumándose a esta relación, a favor y en contra.
Cuando llegó a La Habana con el título de expresidente, pasadas las seis de la tarde del 3 de junio de 1911, en el vapor Ipiranga, de bandera alemana, don Porfirio Díaz tenía 80 años. Su salud no era buena, pero no lucía mal. El periodista del Diario de La Marina apuntaba: “Robusto, permanece aún erguido a pesar de la avanzada edad”.
A Don Porfirio lo acompañaba la esposa doña Carmen, dos hermanas, uno de los hijos, dos ayudantes de confianza del Palacio Presidencial y otros allegados.
Conocido de antemano su arribo, así como que se hallaba enfermo y no desembarcaría, varios remolcadores se acercaron al barco y a él subieron los periodistas. Aquella tarde les dijo así:

 

“Señores, no me hagan preguntas. En las condiciones en que me encuentro nada puedo decirles, debe estudiarse un poco el provenir para poder opinar”.

En efecto, el político –quien ocupa el camarote del capitán– tiene llagas en las encías que le dificultan el habla, aunque sí estrechó muchas manos.
A la mañana siguiente, un remolcador lleva hasta el Ipiranga varias delegaciones de representantes del Gremio Unido del Comercio y del Casino Español de La Habana. Los ramos de flores van destinados a doña Carmen. Se supo entonces algo curioso: en 1875, camino de Estados Unidos y mientras organizaba su movimiento para derrocar el gobierno del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz se detuvo en La Habana por primera vez.
A quienes subieron a saludarlo, al cabo de un intercambio de discursos de una y otra parte, el político mexicano expresó algo que sonó muy gratamente en los oídos peninsulares:

 

“Allí donde está un español, veo y he visto siempre a un amigo, a un hermano”.

Fue el presidente Díaz quien en una entrevista pronunció esta célebre frase: “Pobre México. Tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos”.
Don Porfirio Díaz murió en París el 2 de julio de 1915, a los 85 años.

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