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¡Por favor, déjame abrazarte!

22 de agosto de 2014

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padre-hijo-abrazo-adolescenteEducar los sentimientos desde edades tempranas es un tema tan amplio, útil, y como ya les dije en escrito anterior, lamentablemente relegado entre las prioridades educativas de los adultos a cargo de la educación infantil, que me parece puedo seguir compartiendo con ustedes ideas al respecto. Los afectos y sus expresiones en primer lugar tienen que ser parte de la vida diaria; los contactos físicos y las expresiones verbales positivas y negativas no pueden posponerse “hasta el momento oportuno” o “cuando el niño haga algo que merece ser reconocido”. A los hijos, sobrinos, nietos, estudiantes (yo soy profesora) y cuanto niño y joven sea parte de nuestras vidas le debemos expresar que los amamos siempre, todos los días, lo cual no significa que no seamos capaces de enojarnos, regañar, criticar y hasta perder los estribos cuando aparezca una situación fea y crítica, y no esperar a decirle el día que se gradúe de la universidad “no te lo había dicho nunca, pero me siento orgulloso de ti”. ¡Qué pérdida de tiempo! ¿Antes no se lo pudo decir? Si así fue probablemente la relación tiene daños irreparables porque en la educación de los afectos ese padre o madre tuvo deficiencias que ya forman parte de la personalidad del hijo o hija que difícilmente se puedan cambiar.
No resulta difícil ser muy cariñoso con un bebé recién nacido, besarlo, tocarlo, hablarle, cantarle, es una delicia hacerlo y que nos sintamos emocionados, y así se va mostrando afecto en la medida que los hijos van creciendo, pero se va transformando, porque el pequeño al entender ya el lenguaje y otras formas más complejas de interacción afectiva, estas se incluyen en el intercambio, como son miradas aprobadoras y sonrientes, un gesto de la mano que muestra enfado, etc., y mientras que va creciendo el contacto piel a piel ya no es tan frecuente y prolongado como cuando era un bebé. Pero el asunto se complica cuando llega a la adolescencia, ya que en esta etapa -decía una amiga que la adolescencia es un viaje a la luna en bicicleta- la joven y el joven perciben los abrazos, besos y en general este contacto físico como una manifestación de que lo están tratando como un niño pequeño y esto los apena, teniendo en cuenta, por supuesto las diferencias familiares de intercambio afectivo, ya que  como dije en otras ocasiones, existen  contrastes, muchas veces sustanciales en este aspecto entre familias, grupos sociales, culturas, religiones y otras variables sociales que sería muy largo enumerar. Pero de forma general el adolescente es más reacio a que “lo traten como un bebito con tanto besuqueo” por lo que hay que ser capaces de encontrar caminos alternativos a los habituales, utilizando la imaginación y el ingenio para compartir afectos y fomentar las emociones positivas, y en este sentido voy a compartir una experiencia personal que me fue muy útil cuando mi hijo era adolescente, y la cual, además de compartir afectos me permitió comprobar la validez de valores éticos que me preocupé en enseñarle, y era una forma de juego que compartía con otro amigo muy gracioso y ambos se sentaban en el portal de la casa para hacer una competencia de piropos a las muchachas que pasaban por la acera para ver quien decía el requiebro más bonito y elegante y que surtiera efecto en la joven, o sea, cual de ellas sonreía, los miraba, y yo era quien evaluaba quien lo hacía mejor, y les aseguro que me divertí tanto que me dolía el cuerpo de tanto reírme, y así, de esta forma ingeniosa lograr la difícil tarea de compartir afectos con un hijo adolescente sin que mediara una orden, una advertencia, una amenaza, o la petición de ¡por favor, déjame abrazarte! creando un espacio de confianza e intercambio.

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