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Pienso cómo me siento

14 de septiembre de 2018

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Una de las preguntas que se hacen o mejor dicho, la primera pregunta que yo hago a los participantes en los talleres de inteligencia emocional que imparto es esa: ¿piensas cómo te sientes? Porque ese es el primer paso para los interesados en aprender de sus emociones como parte de su alfabetismo emocional, y por regla general esa pregunta la dejo como una tarea para que tengan algunos día para pensar e incluso les pido que escriban esos pensamientos sobre las emociones que han tenido y las situaciones que las provocan.

Esto muy útil, porque ya se sabe que existe el mito sobre “o se piensa o se siente”, y todos los criterios que se derivan de este, como que en el amor no pienses porque pierdes su encanto, y se oyen los consejo como “no razones, déjate llevar por lo que sientes”. Yo no voy a echar a perder lo romántico de este criterio, y me emociono igual que cualquiera cuando veo la escena de un filme en que al final, ella o él lo dejan todo por seguir su corazón y corren para abrazarse y olvidarse del mundo. Pero eso es cine y la vida real es otra cosa, y dejar salir descontroladamente nuestras emociones nos haría andar de fracaso en fracaso, aunque no piensen que yo estoy en el bando contrario y creo que hay que racionalizar e intelectualizar al amor, sino que opino que es necesario el balance, porque eso hace al amor mejor y más duradero.

Pues volviendo al ejercicio de pensar cómo nos sentimos, podemos descubrir muchas facetas de nosotros mismos que teníamos ocultas, o sencillamente no queríamos descubrir, y aquí los ejemplos sobran: como el enojo que provoca llegar al trabajo y queremos obviarlo, por muchas razones como que se gana buen salario, no me gustan los cambios, me queda cerca de la casa, etc., y el resultado es la infelicidad y hasta una hipertensión arterial podemos ganarnos. También veo –lamentablemente con frecuencia– mujeres casadas con hombres alcohólicos que con justificaciones como que “es un bebedor tranquilo, bebe en la casa y se acuesta a dormir, cuando está sobrio es muy buena persona, etc.” hacen un razonamiento tergiversado porque se deja influir desmedidamente por emociones como el amor, el miedo a estar sola, etc.

Esa es otra cara de la moneda, y es cuando la relación mente-emoción no está divorciada, sino que está en un desequilibrio en que una parte prevalece sobre la otra, dándose explicaciones solo válidas para “acallar la conciencia” porque se sabe que la vida no anda bien. He escuchado –no pocas veces– que la persona me dice “algo dentro de mí me decía que no debía aceptar tal situación”, que puede ser permitirle al hijo que mantenga la amistad con otro joven con conductas peligrosas, o dejar que el jefe violara mi horario de trabajo, o que mi marido me gritara, etc. El cuerpo es muy sabio y cuando hay algo que anda mal en ese matrimonio mente-emoción nos lo dice con sensaciones como “apretazón en el pecho, malestar, incomodidad y otras”, ya que cuando nos negamos a pensar, analizar, entonces el organismo nos da señales emocionales que debemos escuchar.

Lo contrario también sucede y cuando las emociones priman y algo no funciona, entonces “hay algo dentro de la cabeza que nos susurra que no está bien el camino que tomamos”. Descubrir nuestras emociones a través del pensamiento es una manifestación de alfabetismo emocional, de ese equilibrio entre mente y emociones que nos hace la vida mucho más placentera. El reto es grande porque la sociedad empieza a percatarse ahora sobre este tema y su importancia, por lo que el camino a recorrer es muy largo, pero para los interesados les propongo que hagan el ejercicio con el que comencé, es decir, durante una semana escriban las emociones más habituales y las situaciones que las provocan, y como lo maneja. Verá que obtiene buenos resultados.

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