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Perro sato en c.u.c.

14 de diciembre de 2013

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Sentado uno al lado del otro en la cama todavía desatendida. Cumplían la costumbre. Ella traía la taza de café y después de vaciarla, les nacía un comentario cualquiera. Esta mañana la cercanía de la Navidad provocaba las palabras. Reunión de la familia y según las cartas, los correos y los telefonemas, se cumpliría el quórum. Gracias a los regulares envíos y a la destreza de la muchacha que los ayudaba en la casa, la visita significaba apretar los lazos sanguíneos y olvidar las recomendaciones médicas respecto al consumo alimentario por unos días. Pero en este Diciembre, a la alegría del encuentro se unía una nubecilla color gris.
El anciano, humorista voluntario, se preguntaba y le preguntaba a ella como sería la relación con los bisnietos. Al hijo mayor lo vieron partir hacía años y regresaba siempre con unos nietos jóvenes que al criarse bajo las idénticas maneras de la isla, parecía que vivieran al doblar de la esquina. Ellos mismos narraban que estaban tan cerca que cuando el avión terminaba de elevarse, comenzaba ya a prepararse para el aterrizaje. Pero estos bisnietos de primera visita, venido uno de Australia y el otro de Irlanda, causaban expectativas.
De Australia, comentaba entre risitas el anciano, solo podía preguntarle por los canguros. Y a través de los saltos de este animal, provocar la primera interjección cubana del pequeñín. En el caso del irlandés, país conocido por el whiskey de primera, no serviría de entrada de conversación referirse a la sequedad de la bebida, pues el futuro visitante contaba solo con cinco años.
¿Qué hacer para enhebrar la comunicación?. Y mas cuando los padres también eran desconocidos.
Eran niños pegados a la tecnología y ningún juguete acriollado podría asombrarlos. Y era imposible pensar que los padres les permitieran probar las aventuras de una chivichana de palo en bajada por la acera. Y las recetas de dulces caseros ni emocionaban ya a los hijos.
Un ladrido lastimero los extrajo de estas elucubraciones. El perro avisaba que también tenía derecho al desayuno y como no tomaba el café inicial, pedía que se aligeraran los preparativos. La pareja lo obedeció porque ese sato tan legítimo en su argamasa genética de orejas de labrador, quijada de Stanford, cuerpo de salchicha y cola de bichón habanero infiltrado, ejercía un poderoso dominio sobre estos solitarios viejos. Aunque la muchacha pronto llegaría, el desayuno era asunto de los tres. Los ancianos se complacían en que el sato comiera lo que a ellos, le prohibía el médico. Y el pan con mantequilla y la leche con nata, le hacían mover la cola de entera satisfacción.
Días después demostraba que bien ganado se tenía los desayunos, las vacunas, el veterinario en c.u.c.
Ningún niño sea australiano o irlandés, resiste las triquiñuelas de un perro sato para provocar el juego, la alegría y la comunicación entre todos.

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