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Pequeña crónica (I)

20 de febrero de 2015

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2020Johann Sebastián Bach (1685-1750) es considerado “el padre de la música”, por lo que cuando la Editorial Arte y Literatura sacó a la luz un pequeño libro titulado: Pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, hace más de treinta años, todos nos apresuraos a adquirirlo para conocer, de quien fuera la segunda esposa del genio musical alemán, todo cuanto pudiera aportarnos nuevas informaciones sobre él. Sin embargo, al leer el Prólogo de Ángel Vázquez Miyares, descubrimos que la verdadera autora de esa crónica no era la viuda de Bach, sino Esther Meynell, inspirada en las múltiples biografías escritas sobre él. Pero como al decir del prologuista, la Pequeña Crónica… “es, sin dudas. una   buena introducción a J. S. Bach, y puede ser útil al estudiante de música” decidí compartir con usted algunos fragmentos de esta deliciosa obra que, después de todo, tiene una base real.
“De todo lo que Bach poseyó no me queda casi nada. Todas las cosas de valor tuvieron que ser vendidas para repartir su importe entre los muchos que quedamos. /…/ Más, aunque no tengo ningún objeto que me lo pueda recordar, bien sabe el cielo que no es necesario, pues me basta con el inestimable tesoro de recuerdos que descansa en mi corazón. No considero completamente felices más que a dos mujeres en toda Turingia: su prima María Bárbara Bach, su primera esposa, y yo misma, su segunda mujer. Nos quiso a las dos, pero a veces pienso, con una sonrisa, que a mí me quiso más; al menos es seguro que, por la bondad de la Providencia, me quiso durante más tiempo.”
“Al segundo día de mi estancia en Hamburgo, al pasar por la iglesia de Santa Catalina, entré un momento para contemplar el  órgano. /…/ llegó hasta mí una música tan maravillosa que pensé estaría sentado un arcángel al teclado. /…/ Estaba tan ensimismada con el encanto de aquella música que, cuando terminó con una serie de acordes que atronaron el espacio, seguí inmóvil mirando hacia arriba, esperando que de los tubos ascendiese otra armonía celestial. Pero en lugar de eso, apareció en la tribuna el organista mismo. /…/ Le contemplé durante un momento tan asustada de su repentina aparición que no podía moverme. Después de escuchar una música tan divina, esperaba ver bajar del órgano a San Jorge, no a un hombre./…/ Cuando durante la cena, conté a mi padre aquella aventura, exclamó: -No puede haber sido más que el Maestro de Capilla del duque de Cöthen, Johann Sebastián Bach.”

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