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Peor el remedio (II)

21 de noviembre de 2017

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Desde años recientes círculos de expertos han empezado a alertar de la “psquiatrización” de la vida cotidiana y la necesidad de que las personas reciban una mayor atención psicológica en lugar de acudir a los fármacos en todos los casos.

La cuestión principal que debe ser entendida descansa en el propio individuo. El rumbo debe ir en la dirección de buscar alternativas y alejarse de los fármacos. Pero para esto es muy importante aprender a relativizar las situaciones y afrontar las adversidades de maneras alejadas del dramatismo.

El uso de los fármacos debe estar limitado solo para situaciones en que sean necesarios. En estos casos, es imprescindible informar al paciente sobre los efectos adversos que se pueden presentar, teniendo siempre claro que el uso inadecuado de estos medicamentos puede llevar a que la solución se convierta en problema.

Frente al consumo irracional de medicamentos tranquilizantes y antidepresivos se hace necesario buscar herramientas que le permitan al individuo aprender a normalizar las respuestas de tristeza y angustia ante determinadas situaciones. En lugar de tratar de aplacar o silenciar a través del efecto de los medicamentos los estados de angustia o de preocupación que a menudo generan determinadas situaciones de la vida cotidiana, es preciso aprender a enfrentarlos y sobrellevarlos. Convertir el revés en victoria puede estar en darse un tiempo para sanar o aprovechar una situación negativa para ganar en conocimiento de nuestra propia identidad, explorar nuevos recursos y evaluar alternativas que nos permitan encontrar otras oportunidades.

Intentar acallar las angustias de forma inmediata empleando como recurso el uso de medicamentos, solo generará un problema mayor, dado el alto riesgo psicológico que estos tienen. Por ello la mejor solución estará en buscar otras formas sanas de liberar estrés o de introducir cambios en nuestra vida.

Los ansiolíticos y antidepresivos que se emplean en la práctica clínica habitual, son medicamentos bastante eficaces y de escaso riesgo toxicológico cuando son usados racionalmente. Lo más preocupante de su uso actualmente, no está solo en los riesgos desde el punto de vista farmacológico que puedan tener. Se trata también del peligro que conlleva redondear el círculo de la negación de las emociones en las personas que los consumen.

Cuando emociones normales se convierten en enfermedad, la tristeza se transforma en depresión, el miedo en angustia y la timidez en fobia social, por solo ilustrar algunos ejemplos. El individuo medicado comienza a sentirse mejor y esto lo lleva a no querer renunciar al medicamento. De esta forma se desarrolla una dependencia afectiva o psicológica hacia el fármaco, aún cuando es normal y sano tener miedo o sentirse triste de vez en cuando.

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