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Pedagoga ejemplar

9 de diciembre de 2016

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Quienes nos dedicamos a la música sabemos que son los maestros y maestras quienes determinan, desde las aulas, si tenemos talento suficiente para dedicarnos al arte de los sonidos con resultados de excelencia. Claro que me refiero a los verdaderos pedagogos, a esos que dedican su sabiduría y amor a guiarnos por el camino correcto. Y mi comentario de hoy estará dedicado a una profesora ejemplar, a una mujer que nunca dejó de enseñar y de crear métodos y partituras en función del aprendizaje: María Matilde Alea.

Nacida en el año 1918, María Matilde tuvo como inspiración más cercana a la madre, su primera maestra de piano, estudios que continuó con el relevante pianista y compositor cubano Julián Orbón. Pero desde sus primeras clases, se sintió atraída por la creación, lo que la llevó a componer, en la adolescencia, un Himno para la Escuela Superior de Pinar del Río que, según parece, no estaba nada mal, y la estimuló para continuar escribiendo partituras, las cuales fueron estrenadas por la compañía de Ernesto Lecuona, en las voces de Tomasita Núñez, Zoraida Marrero, Esther Borja…

El quehacer artístico de María Matilde Alea estuvo vinculado a la radio, pues llegó a tener un espacio sistemático en la otrora emisora CMZ, donde se destacó como pianista acompañante de intérpretes, en repertorios de obras cubanas (incluidas las suyas). Pero su catálogo autoral no estaba ceñido al repertorio popular, pues también escribió lieder que fueron estrenados por las sopranos Iris Burguet y  Lucy Provedo, entre otras intérpretes del género. Paralelamente, no faltaban las obra didácticas, como es el caso de sus “Miniaturas rítmicas cubanas” (en res volúmenes), que la motivó a crear, más tarde piezas breves para flauta y piano, clarinete, y tríos para piano, violín y violonchelo que formaron parte de los programas de estudio de los conservatorios.

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Aunque siempre se preocupó por enseñar el repertorio de los clásicos universales, consideraba importante que sus alumnos se familiarizaran también con nuestros géneros populares para luego entender mejor las Danzas de Cervantes, las Contradanzas de Saumell, y las partituras de Roldán, Caturla o cualquier compositor contemporáneo del siglo XX algo que ningún otro maestro de piano hacía y algunos criticaban. Pero el tiempo demostró que María Matilde Alea tenía razón.

Su labor pedagógica ejemplar comenzó en 1949 y aún octogenaria, continuaba impartiendo clases y realizando excelentes proyectos no solo con sus alumnos de piano, sino con niños de la enseñanza elemental de las escuelas, a quienes introducía en la lectura a través  de la música.

La trayectoria musical de María Matilde Alea no se puede resumir en este comentario, pero ahí están sus alumnos, como el pianista Víctor Rodríguez, la violonchelista Amparo del Riego y tantos maestros que ella formó y pueden contar cuánto le deben. No por gusto recibió tantos reconocimientos y homenajes.

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