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Paulina Álvarez. La emperatriz del danzonete (II)

17 de febrero de 2017

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Se sabe que, en ese propio año, Paulina Álvarez grabó en discos sencillos para el sello Panart, los couplets Mimosa y La violetera. Y a principios de los años 60 graba su primer Long Play bajo la dirección de Rafael Somavilla.

Paulina Álvarez no solo siempre fue una gran cantante, sino también una delicada señora. Su estilo de cantar muy pronto cobró amplío destaque en una escena artística colmada de bailes populares, presentaciones en teatros, cabarets y radio; donde su manera expresiva de cantar venía apareada a una forma de vestir impecable, no exento de elegante sobriedad e identificado por un comportamiento social intachable.

Un sin número de otras virtudes contribuyeron exitosamente a que, Paulina Álvarez, rompiera, al menos, con dos grandes pesadillas sociales que lastraban sin remedio el amplio espectro de la música popular cubana, por ejemplo: enfrentar sin ningún tipo de recelos la de ser una mujer cantante y solista en una agrupación musical, configurada íntegramente por hombres; y por otra parte: franquear la para entonces discriminatoria línea racial. Sin el descarte de enfrentar los equipos de grabaciones de la poderosa firma discográfica RCA Victor.

Con la RCA Victor su singular tesitura y color vocal, quizás envidia noble de antiguas clarinas, para entonces ya sin coros de clave, resultaba ojo de agua y aire por donde el canto se bautizó, no solo en la música, sino también en la historia; como arte del bautismo que hacía de su presencia perpetuidad hecha música.

En parte, todo indica que, estas cualidades, se sustentaban, en primer lugar, por una formación musical que iba desde el estudio del solfeo, teoría, piano, guitarra y canto en el histórico Conservatorio Municipal de La Habana, hasta donde además logró el cuidado esmerado de su apariencia estética.

Con el auge del danzonete fue bautizada como La Emperatriz del Danzonete, y en verdad lo fue, aunque no solo de ese efímero híbrido de danzón y son-guarachoso, sino también, de la guaracha pura, el bolero, la criolla, el chachachá, el son, el mambo, la rumba y ¡hasta del cuplé!…

A Paulina le pertenecen muchos primeros, por ejemplo: fue capaz en cada actuación de reinventarse ella misma al cuidar cada uno de sus gestos y el fraseo, divinizando con su presencia la devoción por ser una gran artista.

Imperturbable, sin asomo de pecado, observaba el reflejo de la perfección creada por ella misma, hasta llegar a manipular su imagen y la de quienes la rodeaban.

Fue la primera voz, y quizás la única, en interpretar el ritmo Pa mí, especie de canto de cisne herido, creado por el maestro Enrique Jorrín en los años 60.

En el año 50, inexplicablemente Paulina decide hacer mutis de la escena artística. Muy Pronto el pueblo se preguntaba ¿Qué pasó? ¿No cantará más Paulina? ¿A caso su pueblo tendría que conformarse con el disfrute de su voz cristalina a través del disco fonográfico? Pero no, felizmente en 1959, reaparece espléndida, asesorada por el maestro Odilio Urfé en el ya referído colosal proyecto discográfico, junto a la Gran Orquesta Típica Nacional.

Volver a comenzar, siempre exige una dosis extra de valor por aquello del olvido, la inactividad, o la costumbre. Pero Paulina Álvarez era una artista verdadera, y mantuvo siempre a resguardo sus reservas y energías, para duplicar las exigencias de un público, que no la ha olvidado.

Entonces, enfrenta los nuevos tiempos, con un timbre vocal nada añoso, y un despliegue majestuoso en la interpretación de la música cubana. Así era Paulina. Así siempre se ha conservado en el recuerdo, incluyendo su última presentación en un programa de televisión, compartiendo la escena con Barbarito Diez y la Orquesta Aragón.

Paulina Álvarez falleció en La Habana el 22 de julio de 1965.

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