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Paulina Álvarez: La Emperatriz del danzonete (I)

21 de febrero de 2014

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image_preview1Quizás a la distancia en el tiempo, este escrito disimulen cierto gustillo por la cursilería, y en verdad, no es pecado abordar la expresión cursi como requisito primero, al intentar la valoración de una gran figura del arte musical popular del ayer, de hoy y de siempre.
Paulina Álvarez siempre fue una gran señora. Su señorío cobró amplío destaque en la escena artística; en su vestir impecable, no exento de elegante sobriedad, y en su comportamiento social. Quizás un sin número de otras virtudes, contribuyeron exitosamente a que Paulina rompiera, al menos, con dos grandes prejuicios epocales que lastraban sin remedio, el amplio espectro de la música popular cubana. Por ejemplo: enfrentar sin ningún tipo de recelos, la de ser una mujer cantante y solista en una agrupación musical, configurada íntegramente por hombres; y por otra parte: franquear la para entonces discriminatoria línea del color.
Su singular tesitura vocal, quizás envidia noble de antiguas clarinas, para entonces ya sin coros, resultaba ojo de agua y aire por donde el canto se bautizó, no solo en música, sino también en historia; como un arte del bautismo que hacía de su presencia, perpetuidad hecha música.
Paulina Álvarez fue capaz en cada actuación, de reinventarse ella misma, al cuidar cada uno de sus gestos, cada fraseo, divinizando con su presencia, la devoción de una amante fiera.
Impecable, que no sin pecado, observaba el reflejo de la perfección creada por ella misma, hasta llegar a manipular su imagen y la de quienes la rodeaban.
En parte, todo indica que estas cualidades se sustentaban, en primer lugar, por una formación musical que iba desde el estudio del solfeo, teoría, piano, guitarra y canto en el histórico Conservatorio Municipal de La Habana, hasta el cuidado esmerado de su apariencia estética.
Sus comienzos en el difícil arte de cantar, se remontan muy a principios de los años 30 en la radioemisora 2PC. En 1931, ya figuraba como solista en la Orquesta Elegante, cruzando exitosamente por las orquestas de Ernesto Muñoz, Cheo Belén Puig, Hermanos Martínez, y Neno González; hasta que en 1938 decidió organizar su propia orquesta, luego reformulada en 1940 con una verdadera constelación de excelente músicos. Sus primeros éxitos fueron el bolero-son Lágrimas negras, del inmenso Miguel Matamoros; y Mujer divina, del músico-poeta mejicano Agustín Lara.

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