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Patria y poesía en Cuba: una antología necesaria

6 de noviembre de 2015

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Roberto Manzano Díaz, el poeta, sabe trabajar la tierra y el camino, sabe de la exactitud cuando se trata de penetrar y gobernar. Tengo ante mí el tomo I de su lujosa antología El Bosque de los Símbolos (Letras Cubanas, 2010), y digo lujo no pensando en el relumbre y la pedrería, tan afines a nuestros “pensadores de sobaco”, sino en la serenidad y la majestad de lo humano insular que es gallardía y esencialidad.
Empecemos por el pórtico. Pocas veces un prólogo es realmente iluminador y sustancioso, y no vanidosa elocución de los saberes, reales o ficticios, del autor. No dejo de advertir cierta comunión con el origenismo, por el camino de la Cuba esencial, pero que también es evidente que se aparta del Vitier de Lo cubano en la poesía e inaugura, con Lezama, el territorio de las realezas, solo que el seleccionador, prologuista y autor de los comentarios, las encuentra en el devenir y no en la futuridad. Cintio Vitier fuerza, en cierto modo, la relación de la Poesía con la Historia, y en ese sentido trastorna la percepción, la recepción y la sensibilidad de lo poético. Él condiciona a los receptores a leer la Poesía como Profecía únicamente, como revelación, como Apocalipsis, como encarnación de la Historia. El antologador de El árbol…, con Martí, da cuerpo a una hermenéutica de los símbolos. El Apóstol construye la isla desde el amor, el vuelo, la estrella, los símbolos altos. Lezama, Vitier y Fina, que no todo el origenismo, tenían un sentido de lo cubano más ajustado a cierto trascendentalismo católico que es la sumatoria de las revelaciones y los deslumbramientos, y ven a Cuba, o a lo cubano, como una sustancia que se revela, pero que está a su vez ya construida o al menos anticipada, presentida, sentida. En el libro comentado se construyen relaciones que saltan la historia y el tiempo, y hasta el espacio. Manzano está más cerca de la física cuántica que de las leyes de Newton. Cronos es sustituido por el Símbolo.
El poeta-antologador no nos invita solo a decirle lo que ya sabe, nos invita a pensar, a colaborar, aunque poco pueda aportarse desde la posición del lector que está ante una obra consumada y mayor. Lo intentaré.
Para acometer tal empresa necesitaríamos toda la antología, es decir, todos los tomos, para no hacer conjeturas. Únicamente se ha publicado el primer volumen, donde se propone un “modelo aproximado de una poesía nacional”, pero que, a pesar de que lo nombra, lo insinúa, que uno lo espera, no termina por aparecer pues falta la Poesía Popular, oral o no, y ante tal ausencia el propósito que anima al autor se resiente o, al menos, no logra la plenitud que podría. Se hubiera podido resolver este asunto, en parte, con la inclusión del Motete de Silvestre de Balboa o con los sonetistas laudatorios de “El Espejo de Paciencia”, y no solo los fragmentos del discutido texto fundacional. No había que temerle a las comparaciones con la antología de Lezama, estas vendrán, unas veces por el camino de la justicia, es decir, diciendo la deuda que esta tiene o el antecedente, o la continuidad o la consumación del astro lezámico en la obra; u otros intentando denigrarle y adjudicarle cierta condición epígonal que no posee. Siempre aparecerá el “enemigo rumor”.
Me desvío un tanto en el asunto y pregunto ¿es una antología de la Poesía o del poema? Si es de la Poesía deberían haberse incluido monumentos orales. Si de lo que se trata es del poema como encarnación de lo poético, podría haberse escogido a los sonetistas y al Motete supuestamente compuesto para ser cantado en 1604, y que se sabe es anterior al Espejo.
¿Por qué ir directamente de “El Espejo de Paciencia” a los manuales? A la Purísima Concepción, de Juan Surí es un texto atendible, ciertamente de tendencia culterana, pero que nos colocó delante de la plenitud del neoclasicismo criollo y matiza y completa la presencia de Zequeira y de Rubalcaba. Por cierto, es interesante ver como Manzano endereza una de las torceduras de los críticos y profesores cubanos cuando al neoclasicismo lo ve como “humus de vigilancia constructiva” y no como lastre.
Un detalle, que es una errata seguramente, se dice “Tomo I, Siglo XIX”, y los poetas que leemos viven y escriben entre los siglos XVII y el XIX. Aunque, quizás lo que se quiere es hacer énfasis en la tesis, exacta por demás, que ve a José María Heredia como el primero de los poetas cubanos.
Vuelvo a la poesía popular. “El Espejo…”, tradicionalmente ha sido mal leído, yo aventuro la hipótesis de que es un poema oral –ahí están las evidencias–, construido por un poeta improvisador, rodeado de otros repentistas, que trasladan el discurso a la escritura por razones no literarias, pero que los delmontinos en el XIX meten mano al texto, lo pulen, en aras de construir una “tradición”, desapareciendo un documento que, supuestamente, estaría preñado de “imperfecciones”. Tal cosa hicieron con Juan Francisco Manzano, como ha demostrado con solvencia William Luis, académico cubano-americano que investigó a fondo la obra del poeta esclavo. Esta, la mía, es solo una hipótesis que no se podrá convertir en tesis, al menos hasta que aparezcan “pruebas”. Solo puedo demostrar el carácter oral de las estructuras del poema, nada más. Ni Carolina Poncet pudo abandonar los prejuicios frente a Balboa.
Arsila que copió Lezama y que tiene un tufo de criptojudaísmo impresionante. Fijémonos que habla de Dios pero no del Dios Trinitario sino del Dios de Abraham. Sería interesante investigar la veta de los cristianos nuevos, aunque sea realmente difícil el asunto porque al menos en el papel las leyes les prohibían llegar al “Nuevo Mundo”.
Esperemos la salida de los otros tomos sobre la poesía cubana del siglo XX y no seguiré, por ahora, hablando pistoladas, como se diría por los llanos venezolanos. Esta es una obra monumental. Merece la lectura y el silencio, pero no el de los críticos cubanos, tan amigos de la adormidera, de la albahaca y del tilo. ¡Espabílense!

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