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Para curar el alma

10 de febrero de 2017

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tu-van (Small)

 

Una querida amiga y colega me decía hace años, a propósito del vertiginoso desarrollo tecnológico en la medicina y la aparición de las terapias intensivas, que si ella tenía que ingresar en una de estas instalaciones, lo que deseaba era que entre tanta máquina, tubos y pantallas alguien le sostuviera la mano, con lo que manera explícita aclaraba que no hay forma de sustituir la comunicación afectiva y lo valiosa que es para la curación de cualquier persona.

Favorece enormemente que existan nuevas tecnologías que nos salven la vida, que nos alarguen la existencia, pero en el afán de preparar a personal médico, de enfermería o de cualquier rama de la tecnología de la salud en estas nuevas tecnologías, la educación en las competencias emocionales que deben poseer para un exitoso ejercicio profesional se ha convertido más en una declaración escrita que en una verdadera meta a alcanzar a través del aprendizaje durante los años de estudio en las universidades, que en una realidad y esto lo digo con conocimiento de causa, ya que hace 40 años que soy profesora de la universidad médica de La Habana y como ustedes se imaginarán es un tema que he estudiado e investigado a profundidad.

Las causas son que realmente la importancia de las emociones en estos profesionales se creía era una debilidad y se apostaba por el profesional que mantiene una distancia afectiva con los pacientes para poder realizar con eficiencia su trabajo. En cierta medida esto es cierto, pero solo lo es porque hace relativamente poco tiempo que las emociones han encontrado un lugar científico de importancia y se ha convertido en un campo científico que permite estudiarlas adecuadamente para saber manejarla –en el buen sentido de la palabra– y no reprimiéndolas ni dejándolas aflorar al exterior sin control, sino como una inteligencia, que como toda inteligencia tiene un propósito de desarrollo personal y social para lograr resultados que beneficien a la sociedad. Esto no se logra solo con creer que dándole la mano al paciente, sonriendo y hablando amablemente es suficiente, eso lo puede hacer –y aquí me permito citar a otra amiga– el panadero de la esquina de mi casa que no sabe nada de psicología.

Poner las emociones en servicio de la curación lleva un aprendizaje riguroso, y les pongo un ejemplo: el personal de la salud se prepara para salvar vidas, para curar y no se prepara para perder vidas, por lo que ¿cómo puede acompañar a alguien a un buen morir? ¿Cómo informa sobre una condición mortal a los padres de un niño? ¿Cómo se le dice a una mujer que se le va a hacer una mastectomía?

Pero hacerlo bien, sin lástima, sin ocultamiento, sin distancia afectiva. Es difícil, por lo que repito que la preparación debe ser muy rigurosa y debe estar en los planes de estudios universitarios. Todos tenemos historias personales en este sentido; resultados de análisis que dan alterados y el médico nos mandan a hacer otros más complejos y nos dice “más adelante te explico, ahora vamos a seguir investigando”, y ahí la imaginación se va hacia el planeta Marte y ya nos vemos en un ataúd rodeados de flores. O nos pide que en la próxima consulta vayamos con un familiar, por lo que estamos convencidos que la mala noticia que va a dar es tremenda y quiere que tengamos a alguien para sostenernos. ¿Y qué decir de los regaños? Algo así como “viniste demasiado tarde”, y esto último le pasó hace poco a mi hermana más pequeña cuando le hicieron una mamografía por una historia de displasias mamarias, sin tener en cuenta este “pequeño detalle” y cuyas palabras la tuvieron pensando en hacer testamento durante varios días hasta que se determinó que no tenía nada, sino que eran imágenes benignas de su condición.

En cualquiera de estos ejemplos, viene la pregunta, ¿y el daño emocional como se subsana? Yo creo sinceramente que el personal médico tiene la buena voluntad de ayudar, de curar, pero ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, por lo que no basta con querer hacerlo bien, sino hay que desarrollar el buen manejo de las emociones, la comunicación, la motivación, la empatía, y las destrezas sociales que se derivan, y solo así lograremos atender no solo el cuerpo, sino también el alma.

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