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Palabra del Cimarrón (III)

4 de marzo de 2016

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Sin título

 

Dice López Eire que “Ni la tribu ni la nación son ya conceptos lo suficientemente amplios para encajar en este nuevo tipo de comunicación, ni la distinción entre mensaje oral, mensaje escrito, ni entre mensajes verbales y no verbales sirven ya para la nueva retórica del discurso sobre soporte electrónico, un discurso que admite lo verbal y lo no verbal, lo oral y lo escrito, y se difunde a través de varios y diferentes medios de comunicación, o sea, es multimediático. Estamos ante un nuevo tipo de discurso que aparece como mensaje comunicativo transmitido por poderosas máquinas de comunicación impensables hace un siglo”. Este teórico no tiene en cuenta, o más bien no es su motivo de estudio, que esas máquinas son manejadas por seres humanos y que al final los mensajes van a parar a otro ser humano que termina siendo transformado por ellos pero que también los reelabora y los emite.
Las descargas de Rogelio Martínez Furé encarnan y prefiguran formas concretas de escritoralidad que hoy se dan en los márgenes de la cultura occidental, pero que pronto alcanzarán la centralidad que merecen.
Encontrar sitio a la Palabra de este poeta nos permitirá develar el verdadero sentido que tienen sus libros. Si usted los mira, como productos únicamente derivados de la escritura, no se podrá resistir al asombro e incluso cuestionarlos: ¿Por qué se mezclan los géneros y hasta los sistemas simbólicos de expresión? ¿Por qué cantos, instrumentos, ritos, groserías, erotismo, música, orishas, brujos, personas, paisajes diversos, pueden y tienen que convivir en el o los libros? ¿Por qué esa fijación con su condición de negro, de matancero y de cubano, de caribeño? ¿Por qué el abuelo “francés de Francia”, por qué Mamá Encarnación Hernández –con altivez mandinga, negra de holán de hilo y punta catalana, olorosa a ilang-ilang y pachulí–, por qué la abuela Veneranda, la que anunció que esa noche se moría y se murió, y San Rafael 824, y la madre, el padre, los amigos? ¿Por qué cantarse a sí mismo, como si no bastara con Walt Whitman? ¿Por qué a Aimé Césaire le llama padre? ¿Por qué insiste en Obba y le dedica poemas en los dos libros? ¿Por qué Oyá, Oshún y Yemayá, las Madres Ancestrales o la Gran Madre Ancestral? ¿La muerte, la muerte ronda, Ikú, que es macho, ronda? ¿Acaso es lógico en “libros orales” o en conjuntos poéticos incluir glosarios, bibliografías, entrevistas, notas a pie de página, como si fueran textos académicos? “¡Esto es relajo, mofa, puro choteo!”, gritaría el puritano tirando de sus cabellos, y llenándose el cuerpo con abundante polvo y ceniza. Todo eso son, y mucho más o mucho menos, los dos libros que nos ocupan.
Son descargas. Son los discursos de un poeta esencialmente oral, descendiente de los grandes djelis mandigas, de los poeta anónimos africanos, de los apwones cubanos, de Juan Francisco Manzano (el poeta esclavo), de Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido, el peinetero), de Nicolás Guillén, pariente cercano de Eloy Machado (El Ambia), quizás el poeta contemporáneo de nuestro autor que más se le acerca, especialmente en Camán Lloró, el libro dedicado a Jacinta la Sufrida, Felicia la Cojina, Angelita la Baronesa, y una larga lista de celebrados, y que incluye una selección de textos sobre la familia, el país, las religiones, todo con sentido ritual, como quien canta y celebra la vida. Aunque habría que señalar que frente a la esbeltez y la tersura de la expresión de nuestro autor, tan popular pero también tan pegada a la sintaxis y la norma cubana del hablar poético, la poesía del Ambia, escoge un modo desmañado y caótico, que genera un discurso de calidades variables, y en el que se asoma cierta ingenuidad que lo distancia de Furé. Su cercanía entonces está más en la escogencia de los temas que lo factual.
Encontramos también un cierto parentesco espiritual, más que escritural, con la poesía del mencionado Césaire, con los poetas sufíes (especialmente Kabir Das y Rumi) y los veterotestamentarios de la tradición judía y con la de Léopold Sédar Senghor, poeta que preciosamente ha traducido junto a otros muchos africanos de expresión francesa, inglesa o portuguesa:

¡Yoal!
Me acuerdo.

Me acuerdo de las siñares a la verde sombra
de las verandas…

Pero esa es harina de otro costal…
Todo el peso de la tradición, de la cultura, de la Poesía, yuxtaponiéndose en el Babá Martínez Furé, que es hijo de sus ancestros y de sí mismo. Tenso, contradictorio, misterioso, profundamente ritual y sinceramente místico, si se entiende por eso toda relación trascendente, horizontal, en la que el ser humano entra en contacto con el Ser, y que no es propiedad de una religión específica sino del humano.

ARTE POÉTICO I

 

¡Ago!
¡Ago l´ona!

¡Dejen pasar a la Poesía!
¡Dejen que vuele!

La Poesía…
Rama quebrada del árbol milenario,
que reverdece a pesar de la herida.
La Poesía…
Nube que sueña con vencer al sol
en su carrera.

La Poesía…
Gota de rocío en telaraña,
póstumo vestigio del amanecer.

La Poesía…
Cerbatana de agua lunar que nos fulmina.
La Poesía…
Ronroneo de palomo mañanero que se escapa
de tus labios entreabiertos,
cuando la nuca te beso.

No hay jaula que atrape a la Poesía,
Sin el ashé de la Palabra.

¡Ago!
¡Ago l´ona!

¡Dejen pasar a la Poesía!
¡Dejen que vuele!

Bendita, sagrada palabra que puede albergar toda raza y nación, todo tiempo. Celebraremos en los años venideros al poeta que hoy se nos estrena ante nuestros ojos, pero que pensó y soñó esencialmente para nuestros oídos.

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