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Pablo Neruda

13 de diciembre de 2018

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Entre los viajeros que desembarcan del vapor Río de la Plata el sábado 14 de marzo de 1942, lo hace un hombretón de porte macizo, estatura elevada y frente en la que el cabello hace rato inició la retirada. Del brazo trae a Delia del Carril, la esposa, y los lo aguardan en el muelle habanero, viejos amigos que se disponen a saludarlo. Pablo Neruda, a la sazón de 38 años, llega desde México, donde realiza funciones de cónsul de su país, invitado a Cuba por gestión de don José María Chacón y Calvo.

El lírico trae consigo varias conferencias, siete en total, que dicta en la sede de la Academia Nacional de Artes y Letras, en la Habana Vieja. Las suyas son lecturas para el debate y la réplica, pues además es un conversador excelente.

Neruda disfruta sus semanas en la Isla. Es hombre de caminar por las calles, detenerse a mirar, dialogar. Quiere captar la idiosincrasia del pueblo.

Al cabo de casi un mes, el 6 de abril, luego de una víspera de interminables despedidas, Pablo y Delia estaban nuevamente con las maletas en el muelle.

En Cuba se le da a Neruda la oportunidad de acrecentar su colección de caracoles y conchas. Juan Marinello lo presenta al naturalista don Carlos de la Torre y el decano de los malacólogos cubanos le tiende su mano, obsequiándole valiosos ejemplares, en gesto que Neruda nunca olvidará.

Un segundo capítulo habanero en la vida de Pablo Neruda tiene lugar cuando el trasatlántico de bandera italiana Enrico Dandolo arrima al embarca­dero a las 7:20 de la mañana del 5 de diciembre de 1960.

El movimiento de periodistas, fotógrafos y funcionarios del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos denuncia el inequívoco arribo de alguna personalidad extranjera.

Neruda tiene gran interés en verlo todo, en escuchar y andar. El día 14 de diciembre da un recital de poemas en el Palacio de Bellas Artes, con entrada gratuita y exhibición en premiere americana de la película Alturas de Macchu Picchu. El 28 de diciembre el poeta asiste a la presentación, en edición masiva, de su Canción de Gesta. La ensayista Loló de la Torriente señala lo que esta visita representó:

“La presencia del poeta chileno en La Habana fue todo un aconteci­miento. Los llenos que se registraron en las salas en que ofreció recitales no han tenido precedente en Cuba, y el interés que despertó entre todos los cubanos, de todas las clases sociales, no se había producido con otro poeta de nuestro tiempo”.

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